Donde las Sombras Beben

El atardecer se deslizaba lentamente por los edificios de Vancouver, tiñendo de naranja las ventanas mientras la ciudad se preparaba para una noche más. Valery, sentada frente a la pequeña mesa de su camerino, observaba su celular con una mezcla de tensión y deseo. Las luces cálidas del bar aún estaban apagadas, y el silencio era interrumpido solo por el eco lejano de un contrabajo afinándose.

Valery, con su teléfono en mano, escribió despacio.

—Si esta noche no tienes planes… pásate por donde trabajo. Me gustaría que estés aquí, te espero. ―Y envió una dirección adjuntada al texto, era para Jacob.

No tardó mucho en obtener una respuesta. “Dame veinte minutos”, contestó Jacob. Al leerlo, el corazón de Valery dio un salto silencioso.

Se llevó una mano al pecho, como si quisiera contener algo que se escapaba entre sus costillas. Cerró los ojos un momento, dejándose invadir por una mezcla de alivio y miedo. Pensó en lo fácil que era dejarse tentar por la idea de una noche común, de una vida humana, como si su vida no estuviera tejida de secretos y sombras. Pero en ese instante, solo quiso creer que era posible. Sonrió sin querer, aunque su reflejo seguía ausente frente al espejo.

Jacob salió del trabajo con el corazón más ligero de lo que imaginaba. El cielo ya se tornaba azul oscuro, y un viento fresco recorría las calles. Caminó sin prisa hacia una florería, indeciso ante los estantes repletos de colores.

¿Rosas? Muy formales.

¿Girasoles? Demasiado alegres.

Al final, eligió un ramo mixto, flores silvestres, lavanda, una rosa azul, una orquídea blanca. Todo envuelto en papel oscuro, elegante.

En la tienda contigua, adquirió una caja de chocolates con empaque negro y dorado, delicado, como si esperara que esa noche pudiera significar algo más. No sabía por qué estaba tan nervioso, pero algo en él le decía que cada gesto contaba.

El bar estaba oculto entre dos locales poco iluminados, como un secreto que solo los nocturnos conocían. Una placa metálica con letras grabadas decía: "La Última Nota".

Al empujar la puerta, Jacob se adentró en un mundo distinto.

Las luces eran bajas, tenues, doradas como el ámbar. El ambiente olía a madera envejecida, vino tinto y perfumes caros. Jazz suave acariciaba los sentidos desde una esquina.

Al fondo, una barra pulida reflejaba las copas ordenadas como soldados. Algunas mesas estaban ocupadas por clientes que se giraron al notar su presencia.

Lo observaron con una mezcla de curiosidad y desdén. Algunas cejas se alzaron, y un par de copas dejaron de moverse un instante. Rieron por lo bajo, como si compartieran un chiste interno a costa del forastero.

Jacob sintió el peso de esas miradas como una brisa fría en la nuca, punzante, pero no retrocedió. Dio un par de pasos firmes más, enderezando los hombros, fingiendo seguridad, aunque por dentro una voz le susurraba que no pertenecía a ese lugar.

Valery apareció desde la barra, vestida con un pantalón entallado color vino, una blusa negra sin mangas y unos labios oscuros que contrastaban con su piel de porcelana. Su cabello caía suelto, y sus movimientos eran hipnóticos, medidos, como una melodía que solo ella conocía.

—Pensé que no vendrías —le dijo, acercándose con una sonrisa más dulce que lo que su entorno permitía.

Jacob le entregó el ramo.

—No sabía cuáles eran tus favoritas… pero estas me parecieron diferentes.

Ella acarició los pétalos como si recordara una época distinta, como si el tacto aterciopelado le despertara el eco de una noche lejana, en la que alguien, siglos atrás, le entregó flores similares justo antes de descubrir lo que ella era.

Entonces también quiso creer que el amor podía existir más allá del instinto, pero esa ilusión se marchitó como las rosas negras que dejó en aquella tumba sin nombre. Ahora, sin embargo, ese ramo tenía otro peso, era esperanza disfrazada de fragilidad.

—Lo que quieras esta noche, corre por mi cuenta —anunció ella, lo bastante alto para que se escuchara.

Algunos rostros se incomodaron. Valery los miró con frialdad, y los murmullos cesaron. Jacob tomó asiento en la barra.

Una copa de vino para él, un vaso con hielo para ella. Conversaron entre risas y anécdotas, y Jacob sintió que su mundo se comprimía en ese rincón donde ella existía. Pero entonces, algo en la expresión de Valery cambió.

La puerta se abrió detrás de ellos. Entraron dos figuras impecablemente vestidas. Un hombre alto, de mandíbula firme y cabello oscuro peinado hacia atrás, caminaba con un aire de dominio.

A su lado, una mujer de rasgos afilados y vestido rojo intenso lo acompañaba como si fuera parte de su sombra.

Valery se tensó de inmediato y Jacob lo notó.

—¿Quiénes son?

Ella no respondió. Sus ojos seguían clavados en el recién llegado.

—Mira nada más… qué sorpresa. Sirviendo copas. ¿Y este? ¿Tu nueva compañía? —dijo el hombre, sonriendo con arrogancia mientras se acercaban.

Jacob frunció el ceño. El tono le revolvió el estómago.

—Jacob —Valery murmuró, casi suplicante—. Él es solo… un conocido del pasado. —Él asintió, pero algo no encajaba. Quiso hablar, pero ella le tomó la mano bajo la barra—. No digas nada, por favor —susurró ella.

La mujer del vestido rojo miró a Jacob con sorna.

—Cuidado, querido. A veces las cosas bellas… muerden.

Jacob frunció el ceño sin dejar de mirar aquella pareja, no entendía absolutamente nada de lo que sucedía a su alrededor, pero podía percibir un toque de malicia de parte de ambos. 

Ella respiró hondo. Su voz fue como un susurro de acero.

—Tú no deberías de estar aquí, creo que es más que evidente, que tu preferiste estar junto a ella.

Él sonrió

—Oh, vaya, no cambias tu carisma. Siempre tan amable con los clientes ―Respondió el sujeto, de imponente presencia con una sonrisa socarrona en su rostro.

El silencio se volvió insoportable. Valery giró hacia Jacob y sus ojos ya no eran de calma, sino que eran casi de urgencia.

—Es mejor que te vayas. Yo te busco luego, confía en mí, por favor ―Le pidió Valery a Jacob, con un deje de preocupación y miedo en su mirada.

Jacob la miró, luego al hombre que ahora se acomodaba en una mesa como si el lugar le perteneciera. En su interior hubo una mezcla de celos y sospecha que empezó a removerle el estómago.

¿Qué significaba esa mirada entre ellos? ¿Por qué Valery parecía tan vulnerable frente a él?

Por un instante, sintió que estaba fuera de lugar, como si aquel mundo al que había sido invitado por ella se cerrara lentamente, dejándolo al margen.

Quería confiar, pero también necesitaba entender en qué se estaba metiendo. Sentía una presión en el pecho, un orgullo herido, una punzada de celos mezclada con incomprensión.

Pero no hizo una escena, solo se levantó con la dignidad que aún le quedaba y se dirigió a la salida.

Valery se quedó detrás de la barra, con las manos temblando mientras fingía reorganizar copas, pronto, los murmullos volvieron, y luego, lentamente, el silencio regresó.

En el estacionamiento, Jacob caminaba hacia su auto con pasos firmes.

—Jacob —escuchó detrás de sí, tardó unos segundos antes de girarse, y Valery estaba ahí, con la respiración entrecortada, rápidamente lo alcanzó y le tocó el brazo con la punta de sus dedos. —Perdón… no esperaba que ellos aparecieran, son personas no gratas de mi pasado. Más adelante te lo contaré, si me lo permites. —finalizó Valery, esperando que ese pequeño altercado no hiciera que Jacob se alejara de ella.

Jacob apretó los labios, mientras terminaba de escucharla y enarcó una de sus cejas.

—¿Si te lo permito? —repitió en una pregunta, esperando que ella le aclarara en qué sentido le decía aquello.

—Sí… si te quedas cerca... solo déjame arreglar esto. Confía en mí, ¿sí?

Él no respondió solo la miró una última vez, luego subió al auto, enseguida el motor rugió, y el vehículo se alejó.

Valery regresó al bar. Al entrar se dirigió al baño del personal, cerró la puerta con llave y se quedó de pie frente al espejo… vacío, como una promesa rota que se niega a reflejar el alma de quien la mira. En su interior, la tensión se mezclaba con un anhelo prohibido, como si cada decisión futura la llevara a una encrucijada donde el amor sería la salvación… o la condena definitiva.

—Si quiero algo… —murmuró, apoyando la frente contra el vidrio frío— tendré que romper muchas reglas. O alguien pagará el precio.

Afuera, la noche seguía latiendo. Pero dentro de ella, el caos apenas comenzaba.

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