La cena concluyó al fin, y como era costumbre, la emperatriz fue la primera en levantarse. Su silueta imponente se deslizó hacia la salida con la misma solemnidad con la que había llegado, como un sol que, aun en retirada, seguía iluminándolo todo. Tras ella, Hansen y Nora se pusieron de pie casi al mismo tiempo. Ambos la siguieron en silencio, aunque mi atención, inevitablemente, se quedó atrapada en la figura de Nora.
Había algo en él que me obligaba a observarlo aunque me negara. Su andar era sereno, elegante, casi arrogante en la seguridad que proyectaba. Los hombros rectos, la forma en que su cabello rojizo atrapaba la luz, y esos ojos… tan distintos, tan imposibles de ignorar. Por un instante, antes de que cruzara las enormes puertas, creí que su mirada se desviaba apenas hacia mí.Quizá lo imaginé, quizá no.Bastó esa simple sospecha para que mi corazón se desbocara. Sacudí la cabeza, obligándome a respirar hondo, y aproveché