Antes de que alguien más pudiera hablar, una voz masculina, firme y serena, se hizo presente desde la entrada del salón.
—Lamento mucho mi demora, Majestad. El murmullo entre los presentes se apagó al instante. Esa voz tenía un peso particular, como si no necesitara alzar el tono para ser escuchada. —No pasa nada, llegas justo a tiempo. Toma asiento, Nora, estamos a punto de empezar —respondió la emperatriz con calma, aunque en su mirada brilló una chispa de satisfacción, como si hubiera esperado ese momento. Mi atención se dirigió de inmediato hacia la figura que avanzaba por el pasillo central. Sus pasos eran firmes, seguros, midiendo cada movimiento con una elegancia natural. Llevaba guantes negros que se ajustaban con precisión a sus manos, y mientras se acomodaba uno de ellos, su presencia se volvió casi abrumadora.Mis ojos se abrieron con sorpresa, incapaces de apartarse de él.Todos los hombres qu