Después de una clase de música que fue, en el mejor de los casos, un desastre absoluto, decidí refugiarme en la biblioteca.
Desde mi llegada al palacio, aquel lugar se había convertido en mi rincón favorito, aunque, siendo sincera, tampoco había explorado muchos otros sitios. Allí me sentía segura, arropada por el silencio y el olor a papel antiguo.
Las comidas diarias habían sido tranquilas, siempre acompañada por Leah y Ángel, quienes eran, sin duda, mis mayores alivios en medio de un entorno tan hostil. Con los demás, apenas había cruzado palabras desde la incómoda cena con la corte de la emperatriz.
Abrí las pesadas puertas de la biblioteca y avancé con paso lento, disfrutando del crujir suave de mis zapatos contra el mármol. Buscaba el libro que había empezado esa semana, ansiando perderme en sus páginas, cuando un movimiento inesperado llamó mi atención: la brisa colándose por una ventana abierta hacía que mi vestido de tono ro