Yo me estremecí, pero Rose… Rose ni siquiera se movió.
Levantó la cabeza con calma, la mejilla ya enrojecida, y sonrió con burla.
—¿Eso es todo lo que tienes?
Esa sonrisa encendió algo en Esther.
—¡Tú lo has tenido todo! —estalló, perdiendo cualquier rastro de control—. ¡Desde que naciste! Las personas como yo tuvimos que arrastrarnos para sobrevivir, ¡mendigando migajas! ¡Eso es lo injusto! ¡Ustedes no tienen idea de lo que es sufrir! —Sus ojos se llenaron de lágrimas de rabia, aunque no de dolor verdadero—. Nadie me ayudó. Nadie me salvó. Y cuando por fin tuve algo… ¡ustedes lo destruyeron!
Me señaló con un dedo tembloroso.
—¡Tú! —Su voz se quebró entre ira y resentimiento—. ¡Tú me robaste a Nuriel! Todo lo que construí con ella, todo lo que soñé… ¡me lo quitaste!
Luego giró hacia Rose.
—Y tú… ¡tú me quitaste a Angel! Siempre ahí, fingiendo superioridad, mi