Estaba hecha un desastre.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me encerraron. El encierro había distorsionado por completo mi percepción del tiempo.
¿Horas?
¿Días?
¿Semanas?
No lo sabía. Todo se había vuelto una bruma espesa, un ciclo interminable de oscuridad, silencio y desesperanza.
Mientras intentaba quitar los restos de sangre seca y suciedad de mi piel, mi mente se aferraba a pensamientos que dolían más que las heridas abiertas.
Todo se había convertido en un infierno de la noche a la mañana. Como si la vida que conocía se hubiera desvanecido con un solo parpadeo.
No podía dejar de pensar en Nuriel, en Nora, en mi familia… en los chicos.
¿Estarían vivos?
¿Estarían sufriendo como yo?
¿O ya no quedaba nada de ellos?