Había idealizado a Nuriel y a Nora desde el principio.

Sabía que podían ser crueles, injustos, despiadados a veces, pero me convencí de que esas sombras eran solo una fachada. Creí que, en el fondo, conmigo eran distintos, que su amor me redimía de todo.

Me aferré a esa idea durante tanto tiempo que terminé convenciéndome de que la ternura que me ofrecían era lo único que realmente importaba. Ahora, sin embargo, veía con claridad cuán ciega había sido.

No es que me hubieran engañado. Ellos nunca mintieron. Nunca ocultaron del todo quiénes eran.

Las señales siempre estuvieron ahí: advertencias sutiles que yo elegí ignorar, porque no encajaban en la historia que me había contado a mí misma. Construí una versión perfecta de ellos, una que existía solo en mi imaginación.

Eso me hacía sentir peor aún. Porque, al final, la mayor mentira había sido la que yo misma me conté.

Yo fui la hip