Al salir al jardín principal, me di cuenta de que todo seguía igual.

El sol iluminaba con suavidad las flores recién regadas, y la brisa acariciaba los arbustos como si nada hubiera ocurrido.

Los rosales continuaban floreciendo con esa belleza indiferente a las tragedias humanas, y los pájaros seguían cantando como si el mundo no hubiese cambiado. Pero para mí, todo se sentía diferente. Era como si esas mismas flores fueran testigos mudos de lo que había sucedido, como si cada hoja conociera la verdad que yo llevaba dentro y me observara con un juicio silencioso.

Mathias ya se encontraba allí, de pie junto a una fuente de piedra, con las manos cruzadas detrás de la espalda. Su postura, tan recta y formal como siempre, parecía inquebrantable, pero había algo en su mirada que delataba el peso que cargaba.

Tal vez solo yo podía notarlo.

Cuando me vio, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, y