୧ CLXXVI ୨

El hombre siguió su avance con paso seguro; cada pisada retumbaba.

Su porte altivo y la sombra de poder que lo envolvía lo convertían en una presencia casi tangible: una figura que parecía devorar la luz a su alrededor. Al detenerse frente a nosotros, el aire mismo se volvió denso, casi imposible de respirar.

Su mirada —oscura, afilada como una hoja recién forjada— se fijó en Rose con una indiferencia glacial. No había emoción en esos ojos: ni desprecio ni piedad. Era la mirada de quien evalúa un objeto prescindible, de quien calcula utilidad y descarta cariño.

—No tengo la menor idea de qué planean los Mervain contigo —dijo con un dejo de fastidio—. Y, para ser sincero, tampoco me interesa. Accederé a este capricho únicamente porque, hasta ahora, me han sido útiles. Nada más.

Con un gesto casi distraído, uno de los guardias avanzó. Sin mediar palabra la tomó del brazo con rudeza. Rose reaccionó de inmediato, combativa
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