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Culpa de que a mi me gustara era suya. No podía aparecer a mi alrededor con esa arrogancia que más que irritarme ya me parecía atractiva, con el pelo revuelto y todos los tatuajes de su cuerpo dibujándose en su piel sobre tantos músculos, con sus ojos oscuros que por la noche parecían relajarse sin tantos problemas.

—Vienes con un humor de mierda por lo que veo.

Se encogió de hombros y se encendió un cigarro ahí a mi lado mientras se adueñaba de una cerveza.

—Espérame en tu habitación —repitió.

Fruncí el ceño pero quizás era más tonta de lo que pensaba porque le hice caso. Tenía ganas de retomar nuestras noches de sexo desenfrenado. Le esperé unos quince minutos antes de que abriera la puerta de mi habitación y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos enzarzados en mi cama. Diego siempre fue dominante, me manejaba como le iba en gana y esa noche no fue diferente.

—Date la vuelta —me ordenó.

Y lo hice, me puse de rodillas en la cama y me empujó la espalda hasta que el pecho se me apla
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