5

—La residencia no es lo mismo sin ti.

Mi vida no era lo mismo desde que me estaba quedando en el club. Echaba de menos muchas cosas, hablar con Sheila algunas noches no era lo mismo a estar con Noah cotilleando de cualquier cosa, pero tampoco estaba tan mal.

—Yo también te echo de menos.

—¿Seguro? —bromeó y me dio un codazo un las costillas—. Porque desde que estás con ese chico solo hablas de él.

—¡No hablo sólo de él! Solo te cuento lo que pasa.

Se echó a reír y seguimos caminando a la facultad. Para mi, hablar de Diego se había vuelto algo sencillo si lo hacía con Noah porque ella sabía todo de mi, hasta el hecho de que a mi me gustaba un poco sin necesidad de decirlo. Y no es que Diego me gustara un mundo ni nada parecido, me lo pasaba bien con él en el sexo y era un hombre al que no te podías resistir, además, para las pocas horas que compartíamos había descubierto que era algo más relajado de lo que parecía y hasta a veces sabía sonreír. Sonreír le hacía ser más guapo todavía.

—Pues no sabes lo que te pierdes por haberte ido. Hace dos noches la parejita de chicas que viven a un par de habitaciones empezaron a discutir a lo bestia. Creo que el vigilante tuvo que subir a ver qué pasaba. —paró y con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta azul me miró—. ¿Qué tal en casa de tu padre?

—Bien —mentí—. Entretenido a veces.

—¿Crees que se pondrá sentimental cuando te vuelvas a ir?

Estuve a punto de reírme.

—No —respondí sin dudar—. Mi padre está bien solo, siempre lo ha estado.

—¿Y tú? ¿Estarás bien?

—Sabes que yo siempre he estado sola, bueno y contigo. Estará todo bien.

Noah y yo habíamos tenido muchas conversaciones nocturnas sobre temas personales: sobre el divorcio desastroso de sus padres y lo mucho que se odian o sobre el abandono de mi madre y estar tan alejada de mi padre. Pero estamos bien, las dos lo estamos.

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Horas más tarde y de vuelta al club cuando llegué, había miembros de la banda acomodando sus motos y me encontré a mi padre a pie de escaleras, todo estaba acelerado.

—¿Qué está pasando? —dudé.

Mi padre me miró.

—Hay que salir a resolver unos asuntos.

No me sorprendía.

—Ah. Ten cuidado.

Sonrió.

—Yo no voy.

—¿No eres el líder?

Me miró y lo supe: Diego iba como líder. No quise preocuparme mucho, pero un poco si lo hice y me sentí algo tonta porque ese no era mi papel. Diego me estaba vigilando a mi y seguramente en realidad no le importara yo mucho más allá del sexo. Y aún sabiéndolo, pasé por su habitación.

Estaba encorvado sobre su cama metiendo ropa en una bolsa deportiva. Odiaba que la gente entrara en su habitación sin permiso así que me quedé en el marco.

—Ya me han dicho que te vas —dije.

—Y yo te he dicho que no entres en mi cuarto.

—No he entrado, estoy en el límite, prácticamente en el pasillo.

Ni me miró, cerró su bolsa y lo vi caminar hasta un mueble del que sacó un arma. Podría haber estado más sorprendida sino me hubiera criado con ello.

—El jefe no viene —dijo.

—Pero vas tú que es lo mismo.

Entonces me miró y a mi me pasó lo que siempre me pasaba cuando él me miraba: que el cuerpo me temblaba.

—No sabes de lo que hablas.

—Claro que lo sé. Mi padre confía en ti, te ha confiado a mi y te confía el club y la banda que es lo único que quiere. —Me crucé de brazos sin dejar de admirarlo, ¿pero qué me pasaba?—. ¿Vas a estar mucho tiempo fuera?

—¿Importa?

A mi sí.

—Ten cuidado.

Se colgó la bolsa al hombro y me pasó por el lado como si nada, sin despedirse o algo así. Simplemente se fue.

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Diego y muchos miembros de la banda estuvieron fuera tres días. Y estaba sorprendida porque yo jamás me había sentado con mi padre a tomarnos una cerveza relajados o lo que fuera porque él siempre estaba ocupado, mi padre siempre tenía algo que hacer o para él era más fácil sentarse a hablar con los chicos del club antes que conmigo. Pero esos días era mi padre, para mi. Antes de mi estancia en el club cada vez que mi padre y yo nos veíamos era una situación rara, pero ese día me gustó.

—Me gusta ver que estás bien aquí —dijo con la quinta cerveza de la noche en la mano.

—No está tan mal. Entiendo que sois una familia —dije y él me miró, pero no quería tener una charla sentimental del desastre que éramos como padre e hija—. ¿Y esto es lo que hacéis todas las noches? ¿Venir aquí al bar a beber y a mirar a esas mujeres?

Eché un vistazo atrás, dónde una mujer bailaba alrededor de una barra de stripptease contoneándose en sujetador y una micro falda. Mi padre se rió al ver mi cara.

—Lo que hacemos es jodido, todos aquí necesitan un momento del día para relajarse.

—¿Tu también? —sugerí y levantó las cejas, me hizo reír—. ¡Venga! Eres joven todavía, ¿ninguna mujer por ahí... una novia?

Negó.

—No tengo tiempo para eso.

—Lo tendrás pronto. No te veo liado si estás aquí sentado conmigo así que Diego está haciendo bien lo que sea que hace.

Me señaló y casi me derrama la cerveza, ¿cuántas llevábamos? La vista se me fue a las cervezas vacías y me hubiera reído porque era increíble estar así con mi padre, pero un estruendo de motos se escuchó sobre la música del bar y los gritos y fue como si a mi padre le mejorara la noche. Me levanté con él.

—¿Qué es eso? —dudé.

—Han vuelto —sonó orgulloso, como lo está un padre de sus hijos. Me pregunté si hablaba así de mi también.

Adrián, el más pequeño de la banda empujó la puerta de metal del bar.

—¡Jefe! ¡Han vuelto!

Mi padre golpeó la barra, Sheila y otra chica nos miraron.

—Una ronda para todos, se lo merecen estos chicos.

Y de repente yo sola me revolví en lo que no debía pasar: tener muchas ganas de ver a Diego. ¿Era estúpida?

Miré hacia la puerta y los vi entrar, todos super felices armando escándalo y echándose como locos en la barra para coger su alcohol. Entendí que yo ya no pintaba nada allí porque ¿qué hacía yo rodeada de hombres que empezaron a hablar de negocios, drogas y sexo? Bebí otro trago largo para terminarme la cerveza cuanto antes.

—Espérame en tu habitación.

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