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—¿Cuál es tu puto problema? Solo me das dolores de cabeza.

No tenía intención de discutir allí. Al mirar alrededor todo parecía normal pero ya no me sentía segura. Sin pensarlo mucho deslicé mis manos por su brazo hasta acoger su mano entre las mías y hacer el intento de arrastrarlo fuera.

—Tenemos que irnos. Vámonos.

—¿Qué coño te pasa? —siguió gruñendo.

A pesar de su mal genio, sentí como su mano se aferró a las mías.

—Vámonos —repetí, aunque tan bajo que igual me leyó los labios.

No empujó a nadie para salir porque la gente se apartaba ante su presencia, lo entendía porque Diego era aterrador cuando quería. Consiguió sacarnos a la calle en pocos segundos y me di cuenta de que hacía más fresco del que pensaba, o podía ser el miedo. Había dejado su coche ahí en mitad de la carretera como si nada y no dudé en montarme

—Dime qué está pasando —me exigió tras el volante.

Abrí la boca pero vi a los dos chicos salir de la fraternidad. Definitivamente era algo contra mi. Diego miró
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