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—¿Y bien? —me insistía Gemma tras la puerta del baño—. Venga que no puedes quedarte a vivir en el baño.

—¡Me queda fatal!

—Que no, joder, sal ya. ¡Diego! —chilló—. ¡No quiere salir y llegamos tarde!

¿Por qué metía a Diego? El vestido me quedaba mal y punto. Por mil vueltas que diera frente al espejo no había forma de que me viera bien.

Golpeó la puerta del baño con los nudillos y su voz grave atravesó la madera.

—Abre la puerta —me ordenó.

Era increíble lo que hacía en mi. Quité el pestillo y entró cerrando la puerta detrás de él. Nuestro baño era grande, gigante me parecía a veces con un amplio espacio en el que ya había dado mil vueltas.

—No me gusta para nada, no quiero ir así a la boda.

—Nora no me jodas, estás preciosa, eres la mujer más guapa que hay.

—El vestido me queda horroroso —repetí—. ¿Es que no me entiendes?

A él le quedaba genial el traje, la camisa blanca resaltaba sus tatuajes y sus músculos, y el pantalón le sentaba como un guante. Era la primera vez que lo veía así
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