El ambiente íntimo y acogedor, del restaurante se mezclaba con el tintinear de copas y el sonido de un jazz ligero, Gabriele jugueteaba con el tenedor entre los dedos mientras observaba a sus padres sentados frente a él. Su madre, deslumbrante como siempre, arreglaba con gesto distraído la servilleta sobre su regazo, mientras su padre, con el ceño levemente fruncido, le dirigía una mirada inquisitiva.
—Roma sigue esperándote, Gabriele. —Dijo su madre, con una voz suave.
—Debes retomar tus estudios—añadió su padre, dando un sorbo a su vino. — La pintura requiere disciplina, dedicación constante. Un año fuera puede ser... peligroso para tu carrera.
Gabriele sostuvo la mirada de ambos, sintiendo algo de culpa. No podía decirles la verdad, no podía explicarles que su corazón se había anclado a Luciano Vaniccelli, con un amor intenso que había cambiado sus prioridades.
—Lo he pensado mucho —comenzó, modulando su voz para sonar tranquilo. — Y he decidido tomarme este tiempo como un año sabát