La mañana llegó cargada de los rayos del sol, que se filtraban tímidamente entre los grandes ventanales del estudio de Gabriele, el lugar olía a óleo fresco, había pinceles de distintos tamaños que descansaban en un tarro de vidrio, y varias telas en proceso que cubrían las paredes.
Gabriele estaba sentado en un sillón cómodo junto a un ventanal, con un café entre las manos, mientras frente a él, en una silla cercana, Damián lo observaba con los codos apoyados en las rodillas y una expresión seria.
—Así que... —empezó Damián, —¿te vas a quedar aquí, por él?
Gabriele se llevó el café a los labios.
—No es sólo por él —respondió después de un momento. —También es por mí.
Se sentía aturdido, había estado flotando en esa frontera borrosa entre el sueño y el desvelo toda la noche, pensando en Luciano.
—No te mientas Gabriele, te quedas por él. Porque te enamoraste.
—Tienes razón... siento que algo dentro de mí ha cambiado, Damián. Luciano... no es solo un hombre para mí. Es como una... neces