El Palm House del Brooklyn Botanic Garden brillaba cálidamente a la luz del atardecer, como si fuera una cúpula de cristal que atrapaba un pedacito de cielo. Afuera, los cerezos empezaban a dejar caer sus últimas flores, que caían con una gracia pausada, como si supieran que ese momento merecía durar un poco más. Los caminos empedrados guiaban a los invitados entre jardines secretos, estanques tranquilos y esculturas escondidas entre los helechos. Todo olía a tierra fresca, a peonías abiertas y a promesas por venir.
La estructura de vidrio y vapor en el invernadero parecía respirar con ellos, acogiendo la ceremonia como si formara parte de su misma savia. Cada pequeño detalle, desde las sillas cubiertas de lino hasta los faroles colgantes, reflejaba lo que eran Gabriele y Luciano: belleza sencilla, discreción y profundidad.
Cuando Gabriele caminó hacia el altar entre helechos y luces suspendidas, el silencio fue casi total. Él no llevaba un traje convencional, porque nunca fue de seg