El restaurante estaba envuelto en un estilo elegante, con luces cálidas que acentuaban el rojo profundo del vino y el brillo dorado de los cubiertos. Gabriele cruzó la puerta con paso firme. Llevaba una camisa de lino perfectamente entallada, el cuello abierto justo lo suficiente para sugerir confianza. Su cabello, cuidadosamente peinado, y el leve aroma a vainilla y lavanda que lo envolvían, atrajeron más de una mirada. Pero él solo buscaba una.La encontró enseguida.Luciano estaba en una mesa junto al ventanal, con una copa de vino en la mano y la mirada anclada en ella, su expresión se congeló apenas lo vio, como si algo se le hubiera quedado atrapado en el pecho.Gabriele sonrió. Que guapo, pensó.—Llegas justo a tiempo —dijo Luciano, poniéndose de pie. Su voz sonaba un poco más baja de lo habitual.—Hoy estás… radiante.—Gracias —respondió Gabriele mientras se sentaba.Luciano llamó al camarero con un leve gesto y luego, sin dejar de observarlo, dijo:—Deberías probar los tagliol
La ciudad brillaba con luces intermitentes mientras el coche deslizaba su silueta por las avenidas nocturnas, como un susurro entre los edificios dormidos. Las farolas lanzaban destellos dorados sobre el parabrisas y los reflejos danzaban sobre el capó como fantasmas de un mundo que no les pertenecía. Afuera, la vida seguía su curso indiferente, pero dentro del coche, todo estaba en pausa, suspendido, expectante.El silencio entre ellos era complicado, pero no incómodo. Había algo en esa quietud que hablaba por sí sola, una tensión que no necesitaba palabras para existir. Luciano mantenía las manos firmes en el volante y de vez en cuando lanzaba miradas fugaces a Gabriele, como si necesitara asegurarse de que realmente estaba ahí, sentado a su lado después de todo lo dicho en la cena. Aún podía escuchar el eco de sus risas, disimuladas entre los platos vacíos, los brindis nerviosos, y las palabras que se esquivaban por miedo a decir demasiado.Gabriele miraba por la ventana, pero no ve
Una semana después, el cielo se teñía de tonos ámbar y anaranjados cuando Gabriele bajó de su coche frente a la casa de su hermana, Amalia. Llevaba una botella de vino en la mano, un regalo improvisado y en su rostro, el intento de disimular una emoción que le bailaba por dentro. Su corazón latía con un ritmo inesperado, como si supiera lo que lo esperaba al otro lado de la puerta.—¡Gabriele! —exclamó Amalia al recibirlo con un abrazo cálido. — Estás más flaco, ¿estás comiendo bien?—No seas exagerada —respondió él, sonriendo.Al entrar, no pasaron ni diez segundos antes de que lo viera, Luciano estaba ahí, de pie junto a Alessandro, sosteniendo una copa, vestido con elegancia casual, irradiando esa presencia enigmática que Gabriele conocía tan bien. Sus ojos se encontraron de inmediato y aunque Gabriele intentó mantener la compostura, la sonrisa que le nació fue inevitable. Sus mejillas se tiñeron de rojo mientras el recuerdo de su primer beso lo golpeaba como una ráfaga.—Hola Lucia
La noche llegaba a su fin, después de despedirse de Luciano Gabriele se encentraba incapaz de dormir, los recuerdos del beso en el auto invadían su mente en su cuarto, todo era un caos. No el tipo de caos que se ve, sino ese que se siente como una tormenta bajo la piel.Tendido en su cama con los ojos fijos en el techo, Gabriele se removía una y otra vez entre las sábanas, cerraba los ojos solo para volver a recordar los labios de Luciano, el roce de sus manos, el fuego suave pero imparable que se había encendido en ese beso.Se llevó una mano al pecho, le dolía, literalmente. Como si algo dentro de él se hubiera roto o quizás, como si algo hubiera nacido.—Me estoy enamorando… —susurró en la oscuridad.Una confesión sin testigos, que solo escuchó la soledad de su habitación, pero era real, irrefutable y muy abrumadora.La madrugada pasó lenta y cuando por fin llegó la mañana, el sol encontró a Gabriele sentado en su estudio, frente a un lienzo a medio terminar, tenía el pincel en la m
La respiración de Gabriele se volvía más rápida y errática mientras observaba la galería que lo rodeaba, un lugar como un eco suave, apenas contenido por las paredes de mármol blanco y las luces doradas que iluminaban las obras. Gabriele recorría con la mirada cada rincón del salón, pero en realidad no estaba viendo nada, sentía cómo su corazón se agitaba como si cada golpe fuera una advertencia, estaba rodeado de su familia, de algunos viejos amigos, de curadores importantes y de artistas a los que había admirado durante años. Pero su mente, su cuerpo entero, solo podían concentrarse en una cosa, la ausencia de Luciano.El lugar era magnífico, techos altos, música tranquila, copas de vino en manos pulcras, sus cuadros colgaban entre otros tan impactantes como los suyos y, sin embargo sentía que no podía respirar. Había soñado con este momento desde que era un niño, exponer allí, entre los grandes, ser parte de ese mundo casi inaccesible. Pero ahora que estaba ocurriendo, sentía que al
El restaurante se alzaba como un santuario del lujo discreto en una de las calles más elegantes de la ciudad, las luces colgaban del techo como luciérnagas cautivas, y la música de fondo era un piano solo de Chopin, que apenas rozaba el oído. La mesa larga, en el centro del salón reservado estaba rodeada por rostros que Gabriele conocía bien, su madre, su padre, Amalia, Alessandro, algunos amigos cercanos y por supuesto Luciano.Luciano sentado frente a él, hablaba con soltura, con esa naturalidad que a veces parecía tan distante, pero que en ese momento fluía con calidez y cercanía, Gabriele lo observaba de reojo mientras bebía de su copa, sintiendo que algo dentro de él se derretía lentamente. Su voz era segura, pausada, y cada vez que se dirigía a sus padres, lo hacía con respeto, pero sin perder esa chispa que lo volvía misterioso.—He estado pensando en una colaboración con el estudio que su familia dirige —dijo Luciano, mientras movía su copa entre los dedos. — Algo ambicioso, q
La noche pasó lenta entre sueños a medias y pensamientos que no daban tregua, a la mañana siguiente, Gabriele despertó con una mezcla de impaciencia y emoción, el sol se colaba entre las cortinas blancas, iluminando la habitación con una tibieza que parecía cómplice. Se levantó y caminó descalzo por el piso de madera, dejando que el frescor lo despertara del todo.Eligió con esmero la ropa para el encuentro, no quería parecer demasiado producido, pero tampoco muy casual, se decidió por una camiseta de color blanco, que dejaba ver lo necesario, sus delicados brazos y su hermosa piel dorada por el sol, unos jeans de color negro, que caían con soltura como si fueran parte de su andar tranquilo. Unas botas de cuero y un reloj sencillo completaban la escena. Su cabello revuelto de forma natural parecía haber sido acariciado por el viento más que por un peine, se veía encantador.Frente al espejo se observó un instante. había algo diferente en su mirada, un brillo, Un rastro de expectativa.
La tarde se disolvía en un color naranja, cuando Luciano y Gabriele salieron del café. El sol declinaba con lentitud, como si no quisiera abandonar el cielo todavía, caminaban juntos, sin decir demasiado, sus manos no se tocaban, pero sus cuerpos se acercaban con una atracción inevitable, como si el universo los empujara sutilmente hacia el centro de algo ineludible.Luciano se detuvo frente a un edificio que parecía como una joya tallada contra el cielo, imponente, con sus líneas sofisticadas de vidrio polarizado y acero cepillado, Luciano sin mirar a Gabriele, de repente pregunto con una voz embriagadora:—¿Quieres subir?Gabriele sintió cómo el estómago se le encogía, el deseo lo recorría como una corriente subterránea, pero sobre esa marea había algo más, pánico. Asintió, con una pequeña sonrisa, y lo siguió, cruzó las puertas de vidrio como si el mundo al otro lado le perteneciera, el vestíbulo lo recibió con un susurro de piedra pulida, luz dorada filtrándose desde lámparas de cr