El restaurante tenía un estilo elegante, con luces cálidas que acentuaban el rojo profundo del vino y el brillo dorado de los cubiertos. Gabriele cruzó la puerta, llevaba una camisa de lino perfectamente entallada con el cuello abierto, justo lo suficiente para sugerir confianza. Su cabello, cuidadosamente peinado, y un leve aroma a vainilla y lavanda que lo envolvían. Atrajó más de una mirada, pero él solo buscaba una, y la encontró enseguida.
Luciano estaba en una mesa junto al ventanal, con una copa de vino en la mano y la mirada anclada en ella, su expresión se congeló apenas lo vio.
Gabriele sonrió. !Que guapo!, pensó.
—Llegas justo a tiempo —dijo Luciano, poniéndose de pie. Su voz sonaba un poco más baja de lo habitual.
—Hoy estás… radiante.
—Gracias —respondió Gabriele mientras se sentaba.
Luciano llamó al camarero con un leve gesto y luego, sin dejar de observarlo, dijo:
—Deberías probar los tagliolini con frutos del mar acompañados de un Chablis francés, creo que te va a gus