Gabriele llegó a Roma justo a medianoche. Tomó un taxi hasta su departamento y, al entrar, lo encontró oscuro, con las cortinas cerradas. Por un momento, se sintió como un extraño en su propio espacio. Decidió ir directo a su habitación a dormir, porque estaba agotado y solo quería descansar. Al día siguiente, Gabriele se levantó temprano con la intención de organizar unas cosas. Cuando cruzó la sala, se topó con alguien, era Luka. Quien estaba de espaldas, metiendo algo en una maleta negra.
—Luka… —lo llamó Gabriele.
Luka se dio vuelta de inmediato, con una expresión de sorpresa.
—¡Estás aquí! Pensé que estarías en Milán.
—Sí, regresé. —respondió Gabriele—. Luka, lo siento mucho. De verdad, no quería hacerte daño.
—¿No querías hacerme daño? Gabriele, ¿sabes lo que fue vivir contigo mientras pensabas en él todo el tiempo? Mientras yo creía estúpidamente que quizás algún día me amarías.
—Yo lo intenté —tartamudeó Gabriele.
—Nunca lo intentaste, Gabriele, no mientas más. —replicó Luka