Gabriele entró al estudio con pasos tranquilos. La llamada todavía sonaba en su cabeza, como si todavía escuchara a Luciano, diciéndole: “Azzurra se ha quedado sin armas, Gabriele”.
El corazón le latía con fuerza, no podía creer lo que acababa de oír. Se acercó a su lugar de trabajo, donde el lienzo en blanco seguía allí, esperando, pero ya no podía pintar. No en ese momento. Se sentó y se llevó una mano a la cara, dentro de él, algo lo impulsaba a salir de ese lugar e ir en busca de Luciano. Lo necesitaba. Sin pensarlo demasiado, se levantó, guardó su cuaderno de apuntes, tomó su bolso y salió de la academia sin despedirse de nadie.
El avión salió bastante rápido. Todo parecía jugar a su favor: no hubo filas largas ni retrasos. Sentado con el cinturón puesto, solo pensaba en lo pronto que llegaría a Milán. Sentía como si el destino hubiera decidido dejarle de poner obstáculos... al menos por ahora. Mientras volaba, no podía dejar de pensar en su decisión. No llevaba equipaje, solo un