Gabriele había dormido unas pocas horas, pero cuando despertó, decidió ir a sus clases. Caminaba por los pasillos de la academia, tratando de dejar atrás las preocupaciones que le martirizaba, pero la ansiedad no lo soltaba. Decidió entrar en el estudio de arte, buscando una distracción en ese lienzo en blanco que lo esperaba, como una forma de liberar toda esa preocupación que llevaba dentro. De repente, un profesor se acercó y, con una expresión seria y preocupada, le preguntó si todo estaba bien.
Gabriele intentó sonreír, se pasó una mano por el cabello, tratando de ordenar sus pensamientos antes de hablar.
—Sí, estoy bien…—Dijo.
El profesor, un hombre con una mirada aguda, lo observó durante unos segundos antes de acercarse al lienzo en blanco que Gabriele había empezado a llenar con trazos un poco desordenados.
—El arte… —comenzó el profesor—, tiene el poder de ayudarnos a exteriorizar lo que nos agobia. A veces, no se trata de hacer algo hermoso, sino de soltarnos y dejar que sa