La noche había sido solo para ellos. Luciano y Gabriele se quedaron en el apartamento disfrutando de un momento muy íntimo, lejos del temor que había marcado sus días. Habían cenado tranquilos, conversando con alegría y descubriendo nuevas cosas juntos. Dormir abrazados fue un acto de pura confianza y amor. Durante esas horas, lograron olvidar todo y simplemente estar en el presente, unidos con la esperanza de que el tiempo se detuviera, como si los problemas afuera no existieran. Pero en la mañana, todo cambió. Los despertó el sonido de un teléfono, vibrando una, dos, varias veces seguidas. Mensajes y notificaciones comenzaron a llegar en un instante, sacándolos de ese breve refugio de calma. Luciano se incorporó, con el ceño fruncido, estirando su brazo para tomar su celular. Gabriele, aún medio dormido, lo observaba con interés. Sin embargo, en un segundo, Luciano palideció y su expresión se volvió rígida. La mandíbula se le tensó y sus dedos apretaron alrededor del telefono.
—¿Qué