Fóllame, Papito Alfa

Fóllame, Papito AlfaES

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Resumen
Índice

Vine por el verano, para relajarme y pasar tiempo con mi mejor amiga. No para caer en los brazos de su padre. Pero en el segundo en que el Alfa Damián me miró, supe que estaba en problemas. Él no me vio como una invitada, me vio como suya: Para controlarme. Para arruinarme. Para reclamarme. Ahora no puedo respirar sin pensar en él, no puedo dormir sin sentir la marca que dejó en mi piel. Ya no me está escondiendo, quiere que el mundo sepa que soy suya. Yo era inocente. Yo era de ella. Ahora le pertenezco al hombre que nunca debió haberme tocado.

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Capítulo 1

Capítulo 1. Deseo Prohibido.

~Lira~

Nunca fue mi intención acostarme con el padre Alfa de mi mejor amiga, pero sería una maldita mentirosa si dijera que no había fantaseado con eso; lo había soñado, lo saboreaba detrás de mis párpados cerrados, con las piernas abiertas y mis dedos goteando entre mis muslos. Sí, ya sé cómo suena eso, y no me arrepiento, porque toda chica tiene un primer amor platónico. El mío resultó ser un hombre que podía matar con sus propias manos, comandar un ejército de lobos y hacer que mis muslos temblaran con solo entrar a una habitación donde estuviera él, Damián Espinaval, un Alfa multimillonario, una bestia en piel humana, y el hombre que me hizo correrme por primera vez sin siquiera tocarme.

Solía tocarme al sonido de sus pasos, al grave retumbar de su voz, a la forma en que decía mi nombre... Lira... como si le perteneciera, como si yo le perteneciera, y quizás así era.

Era un poco más joven la primera vez que me vine pensando en él, no recuerdo la edad exacta, pero sé que era plenamente consciente de lo que sentía. Encerrada en el baño de Natasha, con las luces apagadas, las bragas a un lado, la espalda arqueada y la cara hundida en una toalla para que nadie pudiera oírme gemir. Ese día lo había visto sin camisa, solo una vez, apenas un vistazo en el pasillo, pero no podía dejar de pensar en cómo se le inflaba el pecho cuando respiraba, en el corte de sus caderas, en la forma en que me había mirado... como si lo supiera, como si supiera que ya estaba mojada, que ya era suya.

Mordí la toalla y metí dos dedos dentro. Me vine en treinta segundos, luego otra vez, y otra. Era adicta a un hombre que me doblaba la edad, al padre de mi mejor amiga, un Dios entre monstruos. Y me importaba un carajo.

Cada verano que pasaba en Espinaval, lo observaba en silencio, en secreto. Con mis piernas siempre cruzadas y mis bragas siempre húmedas, porque aún siendo una adolescente, entendía lo que era Damián Espinaval; no solo era inalcanzable, sino que estaba prohibido, era el pecado con un pene del tamaño de mi maldito antebrazo y una voz que hacía que mi coño aleteara.

No era mío, pero quería que me arruinara. No quería que fuera suave, tampoco quería que fuera lento, quería que me doblara sobre la mesa del comedor mientras las sirvientas miraban, quería que me cogiera en la ducha lo suficientemente fuerte como para que Natasha lo escuchara, quería que me hiciera gritar "Papi" mientras me llenaba tanto que no pudiera caminar. No quería ser amada, quería ser usada.

¿Y ahora? Tengo dieciocho, la edad legal para ser follable. Y estoy de vuelta en el lugar donde todo empezó, la Finca Espinaval, donde las paredes recuerdan cada sueño húmedo, donde los pisos recuerdan cada carrera descalza hacia la habitación a la que no me permitían acercarme, donde su aroma aún perdura: a cigarros, sangre, sudor y sexo.

Las rejas se cerraron detrás de mí con un sonido que me erizó la columna.

Clang.

Como un ataúd. Apreté mi bolso con más fuerza.

—¡LIRA!

Su voz resquebrajó los pensamientos en mi cabeza. Y entonces apareció... Natasha Espinaval, mi mejor amiga, en toda su caótica y soleada gloria. Tenía el cabello rubio salvaje, sus labios llevaban brillo, sus piernas largas y desnudas estaban enfundadas en unos diminutos shorts rosados que le abrazaban el trasero como una segunda piel. Bajó corriendo los escalones descalza, con las tetas rebotando como si intentaran escapar de su camiseta sin mangas. Se me secó la boca, sus tetas estaban más grandes que el año pasado, se veían llenas, redondas y perfectas. No llevaba sostén, claro que no. Sus pezones estaban duros por el viento y su sonrisa era pícara.

—¡Dios mío, has crecido tanto! —Chilló, abrazándome con un aroma a perfume, cloro de piscina y secretos. Sus tetas se apretaron contra las mías—. ¡Ahora tienes tetas!

Me reí y me sonrojé. Traté de no mirar cómo rebotaban los suyos cuando se apartó y abrió los brazos.

—¿Qué? El año pasado estabas más plana que mi iPad. ¡Ahora mírate!

Dio una vuelta sobre sí misma como un hada borracha, luego movió el trasero y se dio una palmada juguetona.

—Vas a hacerme la vida imposible, ¿verdad?

—Cállate —murmuré, sintiendo el calor subir a mis mejillas mientras me metía un rizo detrás de la oreja. Pero estaba sonriendo, porque por un segundo, casi sentí que seguíamos siendo niñas, aún robando vino de la bodega, aún espiando en los pasillos prohibidos, aún fingiendo que no sabíamos lo que vivía detrás de esa puerta al final del ala oeste.

—Vamos —dijo, tomándome de la mano y tirando de mí hacia la mansión—. Papá remodeló toda la casa, ahora es una locura.

Sus tetas rebotaban con cada paso y los shorts se le subían más con cada vaivén de sus caderas.

—Ahora hay... sofás de cuero, pisos de mármol y guardias nuevos que parecen coger con sus armas aún puestas.

Parpadeé. —Suena... intenso.

—No tienes idea —se echó el cabello hacia atrás—. Los sofás tan profundos que te ahogarías en ellos, y la piscina... —se detuvo, se giró, se agarró las tetas y las sacudió—. La piscina es tan sexy que me puso los pezones duros.

Me ahogué. —Natasha...

—¡O sea, mira! —Se rio, ahuecando sus tetas y apretándolas—. Diamantes permanentes, nena. Papá lo hizo "estético" o como sea que se le diga, tiene azulejos negros y luces subacuáticas. Sin reglas. La semana pasada hice una mamada en un flotador. Vas a tener el mejor maldito verano.

Jesús.

Su risa resonó por el patio mientras me arrastraba hacia la imponente finca negra. Espinaval constaba con tres pisos de peligro vestidos con ángulos afilados. Había guardias en la puerta, grandes, serios, observando. Sentí sus ojos recorrer mis piernas, mi pecho y mi cara, pero no miré hacia atrás, porque ya sabía dónde estaba la verdadera amenaza. Adentro.

Las puertas principales se abrieron produciendo un sonido que fue como si el aliento fuera succionado de una tumba. El aire frío golpeó mi piel y mis pezones se endurecieron bajo mi sudadera con capucha. La atmósfera olía a menta, humo, cuero, y a algo más oscuro, el Alfa; él.

Apreté los muslos. No, ahora no, no delante de ella. Pero Diosa, la casa olía a él, a sus sábanas, a sudor, sexo y sangre.

La seguí adentro, pasamos los candelabros, las alfombras negras y los óleos de lobos con sangre goteando de sus fauces.

—Este lugar no es una casa... —susurré.

Ella me miró por encima del hombro.

—Es un maldito reino. —Terminé.

Natasha sonrió con suficiencia. —Sí, y Papá es el rey. Lo que significa que más te vale que te portes bien —me guiñó un ojo, lamiendo el brillo de su labio inferior—. A menos que quieras que te castigue.

Mis rodillas casi cedieron. Ella no lo dijo con esa intención, pero mi coño se apretó de todos modos.

Abrió una puerta. —Esta es tu habitación.

El espacio era irreal; estaba decorada en tonos crema, con sedas y velas, tenía una cama enorme, con vista al patio. Todo desprendía lujo.

Fue entonces cuando lo vi, a través de la ventana, con su espada en mano y sin camisa, sus músculos brillaban bajo el sol como aceite derramado sobre la furia. Damián, el Alfa y Rey de esta maldita pesadilla. Su cuerpo se movía como un arma, cada golpe de la espada era brutal, cada giro de su torso, pornográfico. Me mordí el labio tan fuerte que sangró.

Entonces se giró, y me vio. Nuestras miradas se encontraron, sus ojos eran azules, jodidamente azules, como un lago congelado, como castigo. Y entonces... Sonrió, pero no fue una sonrisa cálida, ni amable, sino fría.

Me tropecé lejos de la ventana como si me hubieran arrancado el alma. Mis muslos estaban empapados, mi pecho jadeaba y mis bragas estaban jodidamente arruinadas.

—Natasha... —jadeé.

Ella no respondió, así que me giré y noté que se había ido, desapareció, como si la casa se la hubiera tragado entera. ¿Y ahora?

Ahora estaba sola, con su aroma trepando por mi columna, con mi coño apretándose como si suplicara por un pene que aún no había visto, con el fantasma de esa sonrisa arrastrándome de rodillas.

Me alejé de la ventana porque necesitaba respirar, necesitaba cambiarme, y más que eso, necesitaba meterme los malditos dedos antes de gritar. Porque si Damián Espinaval no me cogía pronto, iba a volverme loca. ¿Y lo peor? Lo dejaría, con gusto.

Me llevé la mano entre las piernas solo para comprobar; estaba goteando. Joder, qué rápido. Y ni siquiera me había puesto un maldito dedo encima, aún no, pero lo haría. Porque este verano... No me iría de Espinaval intacta. Él iba a cogerme, anudarme, preñarme, hacerme gritar su nombre con lágrimas en las mejillas y su semen derramándose de mí en olas espesas e interminables. ¿Y cuando terminara? Me arrastraría de vuelta por más.

Está no es una historia, es una advertencia. Estás a punto de entrar en un mundo donde las chicas se arrodillan ante el Papi de su mejor amiga y ruegan ser usadas como putas sucias y desesperadas. ¿Si no quieres correrte? Deja este libro, porque para cuando Damián termine conmigo... tú también estarás mojada.

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Capítulo 2. No me lo puedo sacar de la mente.
Capítulo 3. Escena de Piscina.
Capítulo 4. Ella lo anhela.
Capítulo 5. Papi, Por Favor.
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