Mi cuerpo temblaba, mi coño palpitaba, los jugos se extendían entre mis piernas y goteaban hasta mis rodillas. Me puse boca arriba, extendida, mirando el techo como si él estuviera observando desde arriba, y me toqué, otra vez. Aunque me dolía, aunque estaba sobreestimulada, aunque mi clítoris se sentía magullado y mi coño parecía como si se hubiera abierto desde adentro. No me importaba, lo necesitaba, necesitaba correrme de nuevo, volver a romperme y derretirme bajo el peso de un hombre que ni siquiera estaba allí.
Mis dedos se deslizaron entre mis pliegues, calientes, pegajosos y tan resbaladizos que no podía agarrar nada. Rodeé mi clítoris, suavemente al principio, luego más fuerte, más rápido. Y susurré todo lo que quería gritar.
—Soy tuya…
—Te dejaría hacer cualquier cosa…
—Por favor, Papi…
Imaginé su mano en mi garganta, su pene en mi boca, su voz, sucia y baja…
—Buena chica. Así, fóllate para mí, prepara ese coño.
Gemí, mis muslos se abrieron más, mis talones se clavaron en la