Capítulo 2. No me lo puedo sacar de la mente.
~Lira~
Me senté en el borde de la cama como un maldito fantasma, con las piernas apretadas y los dedos de los pies curvándose contra la alfombra. Mis ojos están fijos en mi propio reflejo, como si no reconociera a la chica que me devolvía la mirada; mi piel estaba sonrojada, mis mejillas rosadas, mis pezones tan duros que se marcaban a través de la camiseta sin mangas. ¿Y entre mis muslos? Un dolor constante y palpitante, estaban tan hinchados que podía sentir mi corazón latir en mi clítoris.
Parecía arruinada, jodida, y él ni siquiera me había tocado aún. Todo lo que hizo fue mirar, una sola mirada desde la piscina y mi cuerpo se encendió, una maldita sonrisa y casi me corrí con las bragas puestas en el maldita balcón. No podía dejar de verlo, la forma en que estaba allí... sin camisa, con la espada brillando bajo el sol, como un maldito dios antiguo hecho de violencia y testosterona. La forma en que sus ojos me devoraban, sin sonrisa, solo deseo. Luego esa sonrisa burlona, esa promesa. Era el tipo de mirada que decía que él conocía a qué olía, a qué sabía, lo que haría por él si tan solo moviera un dedo. Debí haber desviado la mirada, pero no lo hice, no pude, ya me tenía.
—Lira. —La voz de Natasha rompió el silencio.
Di un respingo, parpadeando al verla salir del baño con la toalla pegada a sus caderas, y gotas de agua deslizándose por sus pechas desnudas como perlas sobre seda. Sus pezones estaban firmes y duros, sus tetas... jodidamente perfectas; voluminosas, levantadas, salpicadas de gotitas, parecía una estrella porno en una película de verano.
—¿Qué estás haciendo? —Se rio—. Llevas diez minutos mirándote como una asesina en serie.
—Yo no... —me aclaré la garganta, forzando mis muslos a separarse un poco, tratando de enfriar el calor que palpitaba entre ellos—. Solo... estaba en las nubes.
Natasha puso los ojos en blanco y dejó caer la toalla sin vergüenza alguna, quedándose allí en nada más que una tanga de encaje rosa mientras hurgaba en su cajón. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, desnudas, temblorosas y jodidamente felices de ser vistas. No le importaba que yo la mirara, nunca le había importado, y Diosa, se veía bien. Sin sostén, sin filtros, solo sus piernas largas, piel suave y un par de tetas que parecían esculpidos por la mismísima Diosa de la Luna. La forma en que se inclinó para agarrar un crop top hizo que sus tetas se balancearan y temblaran como si suplicaran atención.
—Eres tan rara a veces —dijo, poniéndose la camiseta sin pensarlo dos veces—. Pero atractiva. Así que está bien, diremos que tú eres la callada y misteriosa, mientras que yo soy la puta imprudente.
—Natasha...
Ella giró, sonriendo. —¡¿Qué?! Es verdad, tengo una neurona y dos tetas increíbles. Mira.
Las agarró y las sacudió. —Bolsas de diversión, Lira. Diversión de verdad, y vamos a usarlas a más no poder este verano.
Me reí, me sonrojé y negué con la cabeza.
Se acercó y apretó sus tetas como un sándwich. —Habrá piscina, chicos, vino y orgías... es broma. ¿O no?
Me atraganté. —Estás loca.
—Y tú vienes conmigo. Primero, piscina. Luego helado, después haremos de las nuestras en la bodega de vinos hasta que Papá nos atrape y nos castigue como si aún tuviéramos dieciséis.
Al mencionar a su padre, mi respiración se detuvo, pero Natasha no lo notó. Ella simplemente se puso unos shorts diminutos... si es que se les podía llamar así... y se pavoneó hasta el espejo. Sus tetas rebotaron todo el camino. Me quedé mirando su reflejo, no a sus tetas, no realmente. Al anillo en su tocador, su anillo. El anillo Alfa de Damián Espinaval. Era grueso, plateado, pesado con poder. Mis muslos se apretaron.
Agarró sus gafas de sol, se recogió el cabello y me miró. —¿Vienes?
—Te alcanzo allá —dije con voz ronca—. Solo necesito un segundo.
Ella se encogió de hombros. —No hagas esperar a Papi, odia eso.
Me congelé.
Ella guiñó un ojo. —Es broma.
Luego se fue.
El traje de baño rojo de una pieza se ceñía a mi cuerpo como una segunda piel, había sido cortado alto en las caderas y bajo en el pecho, tan ajustado que podía sentir mi corazón latir en mis pezones. Me lo puse con dedos temblorosos, sin sostén, sin bragas, solo piel húmeda y fantasías empapadas. Ni siquiera me importaba cómo se veía, quería que me viera, que oliera el calor entre mis piernas a una maldita milla de distancia.