Capítulo 8. No puedes conmigo, niñita.
~Lira~
La alfombra se hizo más densa bajo mis pies. El aroma se volvió más oscuro, más salvaje, como a pino, whisky y calor de lobo, como algo prohibido, como algo que podría comerme viva.
Llegué a la última puerta, estaba entreabierta, apenas, solo lo suficiente para tentar. Toqué el borde y empujé, el crujido fue fuerte, casi desgarrador, por lo que hice una mueca.
Y entonces lo vi. A Damián, el Alfa, en carne y peligro.
Estaba de pie en el centro de la habitación como si fuera dueño de todo el maldito mundo. El sudor le corría por el pecho desnudo, sus músculos se flexionaban con cada respiración. Una sola gota se deslizó desde su mandíbula a su pectoral, brillando como el pecado antes de desaparecer en los tatuajes oscuros que se arrastraban por su torso.
No se giró, pero supe que lo sabía, él siempre lo sabía. Se movió y su voz cortó el silencio.
—¿Estás perdida, niñita?
Intenté hablar, pero fallé. Mi boca se abrió, pero no salió nada.
Se giró, y santo cielo, qué jodido infierno.