Capítulo 4. Ella lo anhela.
~Lira~
Esa noche, no pude más. Natasha se desmayó temprano, estaba acurrucada en una bata de seda sobre su enorme cama, murmurando sobre resacas y primos, y cómo se tiraría a Nicolás si él no coqueteara con todo lo que se movía.
Yo no respondí, ni siquiera respiré, porque mi piel ardía. Lo único en lo que podía pensar era en él, en Damián Espinaval observándome desde ese balcón como si ya fuera dueño de cada centímetro de mí, como si supiera que lo dejaría follarme en la piscina con solo un gesto, que me arrastraría hasta él, desnuda, goteando y de rodillas, si él me lo ordenara.
La casa estaba en silencio, callada. Pero yo podía sentirlo en las paredes, en el aire, en el latido entre mis piernas que se negaba a morir.
Me deslicé fuera de la cama, mi respiración era superficial, mi piel estaba sonrojada. Tomé una toalla, no para usarla, solo para parecer normal, y caminé descalza por el pasillo, sin crear ningún sonido, ningún crujido.
Llegué al baño y cerré la puerta con llave. Luego abrí la ducha hasta que le agua estuvo hirviendo. El vapor me envolvió al instante, empañando el espejo, besando mi cuello, deslizándose por mi espalda como dedos invisibles. Solté la toalla, me quedé desnuda y me miré al espejo; mis pezones estaban duros, mis tetas sonrojadas, mis muslos brillaban de excitación antes de que el agua me tocara, mi coño ya estaba resbaladizo, tan mojado que se adhería a mis muslos internos como sirope, tan hinchado que parecía obsceno.
Entré a la ducha y apoyé las manos en los azulejos. Dejé que el agua cayera por mi espalda, que el vapor se filtrara en mis huesos. Pero no ayudó, porque mis pensamientos eran pura porquería.
"Papi". Así lo llamaba en mi cabeza, no Damián, ni señor Espinaval o Alfa, solo Papi, porque eso era él: el hombre que me observaba como a una presa, el hombre que hacía que mi coño pulsara solo con existir, el hombre que quería que me arruinara.
Pensé en su voz… profunda, lenta, de esas que se deslizan entre tus piernas antes de que tu cerebro pueda detenerlas. Lo imaginé detrás de mí, con su aliento caliente en mi cuello, sus manos grandes en mis caderas, esa voz… justo en mi oído.
—Te gusta tocarte para Papi, ¿verdad, pequeña Omega?
Mis piernas casi cedieron, así que deslicé mi mano entre mis muslos y jadeé, estaba empapada, mis pliegues palpitaban y mi clítoris pulsaba como si estuviera suplicando. Estaba tierna, hinchada y necesitada. Hice un lento círculo con mis dedos y casi lloro, luego otro… y gemí. Mis caderas se sacudieron, mi boca se abrió y mis rodillas flaquearon, estaba jodidamente desesperada.
Susurré su nombre. —Papi…
El vapor se arremolinó, el agua rugió, y yo seguí, mis dedos se movieron más rápido, más fuerte. Jadeaba, gemía y goteaba.
—Por favor, Papi…
Entonces, lo escuché; una respiración, baja, ronca, masculina, fuera de la puerta. Me congelé, mis dedos se detuvieron, mi corazón golpeó contra mis costillas y mis ojos se abrieron. El agua ahogó todo lo demás, ¿pero ese sonido? ¿Esa respiración? La conocía.
Cerré el agua lentamente, el vapor silbó. Tomé la toalla, la envolví alrededor de mi cuerpo empapado. Mis muslos temblaron mientras salía a los azulejos, noté que el espejo estaba empañado y la habitación estaba caliente, pero podía sentir el aire frío del pasillo filtrándose por la rendija de la puerta.
Extendí la mano hacia la manija y tiré. El pasillo estaba vacío, pero ¿el suelo? Mojado. Había huellas enormes y descalzas que se alejaban, lento, a paso de depredador.
Mi coño se apretó tan fuerte que gimoteé. Él había estado allí, me había oído, me escuchó gemir su nombre y tocarme el coño como una puta para él en la oscuridad. Y se había marchado, no dejó rastro, ni un sonido. Solo una jodida advertencia, una promesa.
Volví a mi habitación como si estuviera borracha de él, porque mis piernas no funcionaban y mi respiración no se calmaba. Solté la toalla y me arrastré bajo las sábanas, desnuda, empapada, y follada sin ser tocada. No pude dormir.
Cada sombra se parecía a él, cada sonido era su aliento. Y cuando finalmente me quedé dormida, acurrucada de lado con mis dedos apoyados en mi coño, lo escuché. En la oscuridad, en el sueño, un sonido bajo y ronco y asqueroso.
—Sigue tocándote, pequeña Omega. La próxima vez, lo haré por ti, y no pararé hasta que ese coñito apretado se rompa alrededor del pene de Papi.
Me corrí mientras dormía, fuerte, quedé empapada, retorciéndome entre las sábanas, gimoteando como una chica sin ninguna oportunidad. Y cuando desperté, aún podía sentirlo en todas partes.
No salí de mi habitación a la mañana siguiente, no pude, no después de lo que pasó, no después de despertarme con las sábanas empapadas por mi propio orgasmo, mis muslos temblaban y mis dedos se crispaban con el recuerdo de lo que había soñado; su voz, su promesa y ese gruñido asqueroso en la oscuridad. "La próxima vez, lo haré por ti…"
Había gemido por él en mi sueño, había susurrado "Papi" en mi almohada como una pequeña puta rogando ser preñada. Me había corrido tan fuerte que pensé que me estaba muriendo, y ni siquiera me había tocado.
Él me había quebrado desde fuera de la habitación, sin ponerme un dedo encima. ¿Ese tipo de poder? Cambió algo dentro de mí, ahora le pertenecía, no oficialmente, ni públicamente. Pero en todo lo que importaba, él tenía mis pensamientos, mi cuerpo y mi maldita alma.
Las horas pasaron en silencio, pero no comí ni me vestí. Solo me senté en la cama, desnuda bajo las sábanas, apretando mis muslos y reviviéndolo: la forma en que la puerta del baño crujió, las huellas mojadas, la forma en que el espejo se había empañado como si él estuviera justo detrás de mí, respirando en mi cuello mientras me desmoronaba. Cada segundo hacía que mi clítoris palpitara.
No hablé ni me moví, hasta que el sol se ocultó tras los árboles y la casa volvió a quedarse en silencio. Natasha estaba desmayada en la otra habitación, babeando en su almohada, todavía con la parte de abajo del bikini y nada más. Había murmurado algo sobre Moscato y chicos de la piscina antes de que su cara golpeara el colchón.
Esperé, observé las sombras estirarse por las paredes. ¿Y cuando el silencio se asentó? Me moví, lenta y desnuda. Esta vez no me molesté con una toalla, tampoco me molesté en cerrar la puerta con llave. Si iba a mirar, entonces le daría un jodido espectáculo.
Entré al baño. Los azulejos fríos bajo mis pies y mis pezones se endurecieron antes de siquiera abrir el agua. El espejo aún estaba manchado de la última vez, mi olor aún persistía, y ahora era más fuerte, salvaje, resbaladizo por el calor, empapado en necesidad.
Abrí el agua a todo volumen, hirviendo. El tipo de calor que debería haberme derretido la necesidad, pero no lo hizo. Entré, apoyé ambas palmas contra la pared y bajé la cabeza bajo el chorro de agua, luego susurré…
—Papi…
Mis rodillas casi cedieron y mi coño se apretó, ya estaba empapada, goteaba, con mis pliegues hinchados, sensibles. Mi clítoris palpitaba como un cable vivo. Extendí la mano entre mis piernas y gemí. Estaba pegajosa y resbaladiza como una puta.
Al principio froté lento, haciendo círculos con las yemas de los dedos, provocando. Luego más rápido, más fuerte, hasta que gemí.
—Por favor…
El agua silbó, los azulejos humearon, aun así, seguí.
—Úsame… —susurré—. Hazme tuya…
Lo imaginé detrás de mí, grande, silencioso, furioso. Con sus ojos fijos en mi cuerpo y su pene grueso en su puño, viéndome desmoronarme como una buena perra Omega.
—¿Te gusta esto, Papi? —Jadeé—. ¿Te gusta ver a tu puta desmoronarse por ti?
Mis muslos temblaron y caí de rodillas. El agua golpeaba mi espalda, con mis dedos deslizándose profundamente dentro de mi coño, gemí como si quisiera que toda la maldita casa escuchara.
—Préñame…
Ya no me importaba.
—Fóllame…