Elara
A la mañana siguiente, el Beta Lucas nos despierta temprano. Subimos al coche y lo seguimos mientras conduce hacia las afueras del pequeño pueblo. La casa es más bien una cabaña con un amplio porche delantero y un camino de grava. Es acogedora, escondida entre los árboles. Al bajar del coche, sigo a mi padre hacia el interior.
El Beta Lucas abre la puerta verde de madera antes de entregarle las llaves a mi padre.
—¿Está seguro de que quiere vivir tan lejos? Hay muchas casas vacías en el pueblo que podrían adaptarse mejor a sus necesidades. —No, esta es perfecta. Gracias, Beta —responde mi padre. —Somos del mismo rango, y para ser sincero, usted lleva más tiempo que yo en esto. Podría enseñarme un par de cosas. Solo llámeme Lucas, y bienvenidos a la manada —dice el Beta antes de darle una palmada en el hombro.Baja los escalones hasta el césped, se detiene a mi lado y olfatea el aire.
—Tienes un olor diferente al de la mayoría de los lobos —observa, estudiándome. Me tenso al instante. —¿Qué quiere decir? —pregunto, tratando de sonar tranquila, aunque por dentro el estómago se me hace un nudo. ¿Y si puede oler la diferencia en mí, igual que su Alfa? —No lo sé, solo es distinto. Puedo oler que eres una loba, pero tu aroma no es muy fuerte. Además, hay algo más... tu olor me recuerda a alguien —dice, frunciendo el ceño, como si intentara recordar a quién.—De todos modos, los dejaré instalarse. No lo olviden, las carreras de la manada son obligatorias y se realizan los viernes a las seis en punto. Sé que este fin de semana están exentos, pero sería bueno que se presentaran ante los demás. Somos una comunidad unida, y el resto se sentirá más cómodo si los recién llegados participan. Es algo para considerar —dice Lucas, dirigiéndose a mi padre, que asiente.
Subo los escalones con una caja entre los brazos.
—Haremos lo posible por estar allí el viernes —responde mi madre, lanzándome una mirada significativa mientras sube tras de mí. Asiento y entro.Una chimenea enorme ocupa casi toda la sala. Sus ladrillos negros se elevan hasta el techo, dominando la pared entera. El piso es de madera oscura, casi tan negra como los ladrillos. Todo huele a encierro, como si la casa hubiese estado sellada por demasiado tiempo.
Mi madre va de cortina en cortina, abriéndolas y dejando entrar el aire fresco para reemplazar el olor viciado.
Me escapo hacia la cocina. Al menos no parece tan anticuada como el resto de la casa. Encimeras de granito, electrodomésticos de acero negro y una pequeña isla en el centro. Sí, definitivamente este será mi rincón favorito.
Algunos hombres del Alfa Ryden ayudan a descargar los muebles, mientras mis padres desempacan. Cargo una caja hasta el fondo de la casa y encuentro mi habitación: la más pequeña, justo al lado del baño, con una ventana que da al bosque que rodea la cabaña. Mis padres tienen su habitación al final del pasillo, con baño privado. En general, me gusta.
Cuando terminamos de meter todo, empiezo a armar mi cama. Uno de los hombres me ayuda a llevar el resto de mis cosas y las apilo junto a la pared con la ventana. Pasamos el día limpiando y acomodando hasta que, al caer la noche, estoy tan agotada que me quedo dormida antes de cenar.
Despierto en mitad de la noche.
Voy a la cocina, enciendo la luz, tomo un vaso de agua y me siento en uno de los taburetes mientras observo por la ventana. Este lugar es tan silencioso, nada que ver con nuestra antigua casa junto a la carretera. Me gusta el silencio. Menos gente, menos miradas curiosas. Es más fácil respirar sin vecinos husmeando en nuestras vidas.
Pero mientras enjuago el vaso, algo se mueve afuera, justo en el límite del bosque. Mis ojos se abren de golpe. Me inclino hacia el cristal, intentando enfocar la vista. Un enorme lobo negro me observa desde entre los árboles.
Parpadeo, creyendo que mi mente me engaña. Me froto los ojos y acerco el rostro al vidrio. Mi respiración empaña el cristal. Pero el lobo ya no está.
¿Lo imaginé? ¿O realmente había alguien ahí?
Sacudo la cabeza, tratando de quitarme la sensación extraña, apago la luz y vuelvo a mi habitación. Me meto bajo las mantas y subo el edredón púrpura hasta la barbilla, buscando calor. Intento dormir, pero la imagen del lobo no me abandona. ¿Quién era? Vivimos lejos, demasiado lejos para que sea un simple curioso. Tal vez solo era un guardia patrullando... tal vez.
Pero justo antes de quedarme dormida, escucho un aullido romper el silencio, tan cerca de mi ventana… que sé, con absoluta certeza, que me estaba buscando a mí.