Las camionetas avanzaban a toda velocidad por la ruta de tierra, levantando una nube de polvo que se mezclaba con la tensión que se respiraba en el aire. En la delantera, los vehículos de seguridad abrían paso, seguidos de cerca por las patrullas policiales que escoltaban la caravana. En la camioneta principal, Michael conducía con los ojos fijos en el camino, la mandíbula apretada y las manos tensas sobre el volante.
A su lado, Patrick iba revisando una y otra vez los planos y coordenadas que habían recibido del equipo táctico. En el asiento trasero, Peter se mantenía callado, con el rostro pálido y los puños cerrados sobre las rodillas, había insistido tanto en ir que renuentemente Michael lo había permitido aunque le había hecho prometer que no saldría de la camioneta. Y junto a él, con un bastón apoyado entre las piernas y el ceño fruncido, estaba Mike Falcone, el patriarca.
—No puedo creer que estemos haciendo esto —murmuró Patrick, sin levantar la vista del mapa—. Papá, te lo di