Una tregua.
La llamada de Tory a su familia le había dejado un mal sabor de boca a Rodrigo. Aquello fue lo primero que se le ocurrió hacer cuando la niña despertó y comenzó a llorar por no saber dónde estaba. Entonces notó a Vicky, su entereza y esa sapiencia natural que tenía como madre.
“Estamos jugando a las escondidas de los amigos de tu abuelo”, fue lo que ella le dijo. A Rodrigo le provocó repelús escuchar la palabra abuelo, pero Vicky se la lanzó con frialdad. Ella no solo era una madre leona: era un demonio rojo dispuesto a proteger a su cachorra. Ya le había dejado las cosas claras durante la conversación de la madrugada.
Por eso había cedido. Y, en uno de esos momentos, su adorada nieta —el único vínculo de sangre que le quedaba en la vida— le rogó por hablar con su papá. Otro golpe bajo. Aunque sabía que era su culpa, o la de su hijo, también sabía que jamás escucharía esas palabras de parte de Tory.
“No me puedes separar de ella, padre. Por favor, te lo suplico… déjame volver con Vick