El accidente 

El regreso de la excursión estuvo marcado por un silencio incómodo. El sol se inclinaba hacia la tarde, derramando un brillo dorado sobre el mar que parecía burlarse del ambiente cargado en la embarcación. Las risas y conversaciones de los otros pasajeros no lograban disimular la tensión que, como una cuerda tirante, unía a Vicky y Peter a través de miradas fugaces y respiraciones contenidas.

Lizzie se mantenía pegada a su esposo, con una sonrisa artificial que apenas ocultaba la vigilancia constante hacia Vicky. Cada vez que Peter desviaba la vista hacia donde ella y Tory estaban, el brazo de Lizzie se aferraba un poco más fuerte al suyo, como si quisiera marcar territorio. O marcar a su esposo como de su propiedad, como si lo anterior no hubiera sido suficiente ya.

Vicky lo notaba por supuesto, y aunque intentaba concentrarse en su hija y nada más, no podía evitar que el corazón le latiera más rápido cada vez que Peter, sin querer, dejaba entrever en sus ojos ese brillo que conocía demasiado bien. Era el mismo que había visto años atrás, cuando el mundo se reducía a dos cuerpos, una cama, y secretos descubiertos que ahora pesaban más que nunca. 

Y aunque se decía que debía olvidarlo, tenerlo allí hacía que esa herida que pensó que ya estaba cicatrizada, se mantuviera abierta.

El hombre del sombrero de ala ancha también estaba allí, a pocos metros. No hablaba con nadie, pero su posición en la parte trasera del barco le permitía observar todo. Sus ojos oscuros parecían registrar cada gesto, cada roce, cada palabra no dicha entre todos los protagonistas, mientras tomaba nota mental de todo.

Cuando el yate atracó en el muelle del hotel, la tripulación se preparó para ayudar a los pasajeros a desembarcar. Uno a uno comenzaron a bajar por la escalerilla de madera que conectaba la embarcación con el muelle. Vicky se agachó para ayudar a la pequeña Tory, que bajaba con paso inseguro, aferrando su pequeño bolso con las conchitas que había recogido en la playa previamente.

—Con cuidado, mi amor… —murmuró Vicky, guiándola con las manos hasta que la niña pisó firme en tierra.

—¡Listo! —exclamó Tory, sonriendo y volteando para asegurarse de que su madre bajara bien también.

Vicky puso un pie en el primer escalón, concentrada en no resbalar con las gotas de agua salada que lo cubrían. Fue entonces cuando sintió un golpe brusco en la espalda. No llegó a caer, pero se aferró con fuerza a la baranda para recuperar el equilibrio y mantenerse en pie.

Detrás de ella, un grito agudo rompió el murmullo del muelle. Haciendo que los pájaros volarán asustados.

—¡Ay! —Lizzie apareció en el suelo del muelle, sujetándose el tobillo con una mueca de dolor.

La gente se agolpó a su alrededor.

—¿Qué pasó? —preguntó uno de los tripulantes, agachándose a su lado.

—¡Me empujó! —espetó Lizzie, señalando a Vicky con un dedo acusador, su rostro deformado por una mezcla de dolor y rabia—. ¡Esta mujer me empujó!

Vicky abrió los ojos con incredulidad.

—¿Qué? ¡No fue así! Yo estaba bajando, ni siquiera te toqué.

—¡Mentira! —replicó Lizzie, su voz aguda atrayendo más miradas—. Lo hiciste a propósito.

Pero antes de que Vicky pudiera responder, dos voces femeninas intervinieron. Eran las recién casadas con las que había conversado en todo el viaje.

—No fue así —dijo una de ellas con firmeza—. Estábamos justo detrás y vimos todo. Usted se tropezó sola. Incluso la empujó.

—Sí —añadió la otra—. Ella no la tocó. Ni siquiera la vio.

Lizzie las fulminó con la mirada.

—Claro, ahora son sus amigas, ¿no? Todas contra mí. Seguro también están tras mi Peter.

Peter justamente, que había estado terminando de bajar, se abrió paso entre la multitud. Su rostro mostraba preocupación, pero también un dejo de fastidio que no pasó desapercibido para Vicky.

—Lizzie, déjame ayudarte —dijo él, agachándose para examinar el tobillo inflamado de su esposa.

—¡Me duele, Peter! Ay ay ay ay —gimió ella, aferrándose a su brazo, de modo exagerado.

Él suspiró y, sin más, la tomó en brazos. La levantó con facilidad, como si no pesara nada, y comenzó a caminar hacia la enfermería del resort. Lizzie, entre quejidos, se giró sobre su hombro para lanzar una última mirada envenenada y con mucha satisfacción a Vicky.

Tory, que había presenciado todo, tiró suavemente de la mano de su madre.

—Mami… —susurró—, ¿estás bien?

Vicky tragó saliva y asintió, acariciándole el cabello para tranquilizarla.

—Sí, cariño, estoy bien.

—¿Por qué esa señora nos odia tanto? —preguntó la niña con franqueza, sus ojos claros grandes buscando una respuesta en ella.

Vicky la miró, sintiendo una punzada en el pecho.

—Hay personas que… simplemente no saben dejar el pasado atrás —respondió, intentando sonar ligera, aunque por dentro la frase le pesara como una piedra.

Mientras avanzaban por el muelle, notó de reojo que el hombre del sombrero de ala ancha que había notado antes seguía allí, observándolas con una sonrisa casi imperceptible. Ese detalle le erizó la piel, pero no dijo nada. Ahora no era el momento para eso.

Detrás de ellas, algunos pasajeros todavía comentaban el incidente, dividiéndose entre quienes creían la versión de Lizzie y quienes habían visto la realidad. Vicky se obligó a no mirar atrás. No pensaba darle a Lizzie el gusto de verla afectada.

En el resort, el personal se movía rápido para atender a la mujer herida. Peter, con Lizzie aún en brazos, desapareció por la puerta de la enfermería. Vicky y Tory continuaron caminando hacia su habitación tratando de tranquilizarse luego de ese mal trago.

El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. La brisa marina traía consigo el olor a sal y a promesas rotas.

Esa noche, Vicky sabía que dormiría con la puerta bien cerrada. Y que, aunque intentara ignorarlo, la sombra de Lizzie y el recuerdo de Peter seguirían respirándole en la nuca.

A lo lejos, en algún lugar del resorti, el hombre del sombrero de ala ancha encendía un cigarro. Y sonreía. 

—Ya veremos qué actividad entretenida tendremos mañana, esto es más interesante de lo que pensé. Suertecita la mía de encontrarme a esas dos sirenitas.

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