—¡Me duele! ¡Me duele muchísimo! ¡Cuidado, maldita! Deja de fijarte en mi marido y haz tu puto trabajo.
La enfermera crispó los dedos, en señal de molestia, pero era una simple empleada, y la que estaba en la camilla berreando como cabra loca era una de las clientas VIP del resort. Ni siquiera había notado a Pete cuando trajo a la mujer accidentada. Ella era responsable y lesbiana, pero nada haría que la mujer que tenía frente a ella cambiara de opinión.
—¿Qué sucede aquí?
La voz seca, dura y varonil del tipo de bata blanca hizo que Lizzie reaccionara y dejara de hacer escándalo, aunque gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.
—Yo… yo sufrí un accidente al bajar del yate. Una maldita zorra me empujó y estuve a punto de…
Respondió haciéndose la mártir, como cada vez que podía para sacarlo de sus casillas y culparlo por su vida de m****a.
—Suficiente, Lizzie —dijo con fastidio Peter. Ya estaba harto de sus escándalos cada vez más infundados, de sus reclamos diarios y de toda esa m****a que ella se traía encima.
—Tranquilo, señor —trató de mediar el doctor.
—Pekerman —aclaró Peter.
—Señor Pekerman, a veces algunas personas son menos tolerantes al dolor que otras. Me imagino que esto le pasa a la señora Pekerman.
La sonrisa blanca y perfecta que les regaló el Adonis en bata blanca, con la piel dorada por el sol y unos músculos que casi reventaban la tela, hizo que Lizzie lo mirara con una mezcla de sorpresa y deleite. En su mente, se sentía poderosa.
—Señora Pekerman, haré que se sienta mejor —le volvió a sonreír, y ella asintió embobada por la presencia de aquel hombre que la observaba con esos ojos seductores y sonrisa de comercial de pasta de dientes.
El doctor realizó la revisión y detectó un esguince leve. Le recetó analgésicos y antiinflamatorios, y ordenó que se quedara en reposo por el día. Nuevamente le guiñó uno de esos hermosos orbes.
Peter, que se mantenía al margen, solo pensaba en cómo estaría la hermosa pelirroja junto a su pequeña sirena. ¿Estaría molesta con él por no haber dicho nada para defenderla? Pero ¿qué iba a hacer si no había visto nada? Estaba decidido a terminar pronto ese maldito viaje y quitarse de encima a Lizzie, que no había reparado en lo que realmente pasó en las escalerillas. Además, ese viejo se había interpuesto entre él y la escalera antes de bajar.
—Ya estamos listos. Ahora, esta bella señora me hará caso en todo lo que le dije y mañana podrá continuar con sus actividades. Aunque ya sabe: si hay dolor, tome la pastilla y vuelva para que revise la inflamación.
—Gracias, doctor —respondió secamente Peter, dirigiéndose a tomar a su esposa, pero el doctor se adelantó y buscó una silla de ruedas.
—Su trono, para que esté más cómoda.
—Gra… gracias, doctor —Lizzie se sonrojó y sintió algo parecido a mariposas en el estómago—. Pero no nos ha dicho su nombre.
—Mi falta, señora Pekerman. Un gusto, soy el doctor Emilio Santibáñez.
Mientras en la mente de Lizzie se arremolinaban nuevas emociones, Peter pensaba en cómo terminar pronto ese viaje. Más que nada, para no hacerle el viaje tan complicado a Vicky. A pesar de todo, él quería que ella y su pequeña hija disfrutaran de sus vacaciones. La había escuchado hablar con esas dos mujeres y, m****a, se sintió orgulloso al saber que había cumplido con su sueño de ser enfermera.
Para él, Vicky ya no era la chiquilla que se entregó a él en su momento de debilidad. Ahora era toda una mujer, con esa cara angelical que lo desestabilizaba de una manera que no podía definir.
Salió con su mujer de la pequeña consulta del resort y caminó a pasos lentos por los pasillos hasta llegar al ascensor.
Todo esto es una m****a… pensaba Peter, mientras su esposa se encontraba en un nirvana donde su cabecita, un tanto loca, se sentía plena al tener a dos hombres pendientes de ella.
Ninguno dijo nada dentro del ascensor. Ambos vivían en una realidad distinta y rota, donde su matrimonio era lo único que los mantenía unidos.
Por otro lado, las pelirrojas continuaron el resto del día disfrutando de la playa. Caminaron un rato por la arena mojada, se dieron un chapuzón en las aguas cristalinas, bebieron mucho jugo de frambuesa y mango y, por fin, disfrutaron de una comida sin contratiempos. Aunque, en la cabeza de Vicky, seguían martillando las palabras de Lizzie. Peter era un hombre casado y, a pesar de que su cuerpo y su torpe corazón lo deseaban más de lo que ella habría imaginado, ahí estaba la llama.
A veces las cosas no son como uno quiere… pero diablos, que me la pones difícil, pensó, mirando hacia el cielo que empezaba a teñirse con los colores del atardecer.
Junto a Tory, que aún tenía demasiada energía, aceptaron la invitación de sus nuevas amigas para disfrutar de una cena en el restaurante, junto a la disco infantil donde se quedaría Tory por unas horas, mientras ella y los demás irían al bar por unas copas. Era momento de disfrutar la vida. Ya había pasado por tantas pellejerías que pensaba aprovechar lo que sus abuelos, con tanto amor, le habían regalado.
En su habitación, se prepararon para la ocasión. Tory se vistió con un hermoso enterizo de mezclilla y Vicky colocó pequeñas conchitas en su cabello, sujetas en una trenza espiga que la hacía lucir adorable. Vicky optó por un top crop negro de lentejuelas y una falda larga que cubría hasta el ombligo, un regalo de su abuela con la impronta de la colección Ferrante.
—¿Lista? —le preguntó a Tory mientras se abrochaba las sandalias, y la niña tomó su pequeña mochila y estiró su manita.
—Siempre, mami.
Ya la mayoría había llegado al restaurante, y sorprendentemente se les unieron varios más de los que habían estado en el yate.
—Es una pena que Elizabeth se comportara de esa forma —le dijo la esposa de Miller, que estuvo todo el tiempo con su marido y, por lo visto, no era tan amiga de Lizzie ni de Peter—. Pobre mujer, debe estar pasando por un mal momento después de su última pérdida.
Esas palabras resonaron en la cabeza de Vicky. Otra más… igual que…
—Deja de hablar de Lizzie, mujer, y no molestes a la señorita Falcone con dramas ajenos.
—Yo solo digo… Es que Lizzie se la tomó con la pobre Vicky, ¿viste cómo quiso hacer creer que ella la había empujado? —soltó con dramatismo. Tanto Vicky como el marido revolearon los ojos—. A propósito, ¿ustedes se conocen?
—Cómo no se van a conocer, mujer. Peter y Patrick son amigos desde hace mucho tiempo.
—Eso mismo, me quitaste las palabras de la boca.
Y me salvaste el culo, porque no quería responder a esa pregunta…
—Ya veo, por eso Peter las trataba con familiaridad.
Ya deja de buscar bajo el agua…
Por suerte, sus nuevos amigos las llamaron y flanquearon a Vicky y Tory, “por si acaso”, dijo una de las recién casadas.
Pero nada sucedió. La cena estuvo acompañada de buena música y exquisita comida. Los niños que estaban en las mesas, al igual que Tory, fueron llevados después del postre a su discoteca personal, y los adultos siguieron a los animadores para continuar con las conversaciones y una degustación de diversos tipos de tequila.
Y la noche comenzó a vibrar…