La chimenea crepitaba con suavidad en la sala principal. Afuera, el invierno ruso había comenzado a azotar con fuerza, y el viento silbaba entre los abetos. Kira sostenía una taza de café negro entre las manos mientras observaba a su amiga Iandra, sentada en el sofá frente a ella.
Había algo raro en su mirada. Una inquietud contenida. Una sombra en su sonrisa que nunca antes había visto. Aún así Kira le contó casi todo lo que le había sucedido con Satoru.
—Todo lo que me ha dicho parece sacado de una novela, amiga.
—Iandra… —le responde—. ¿No te parece extraño que estemos aquí, como si nada y él no ha hecho ningún movimiento… con todo lo que ha pasado?
—Lo sé —dijo Iandra, cruzando las piernas—. Estará dándote espacio y no le importa lo que hagas. Necesitabas un poco de normalidad. De aire. Desde que apareció esos japoneses... Satoru… —murmuró el nombre con cuidado—. Todo ha sido como una película mala de espías.
Kira no respondió. Dio un sorbo al café, sin quitarle los ojos de encima