La madrugada era espesa y pesada en el hospital privado donde habían internado a Dimitri Vólkov tras el atentado. Afuera, la lluvia persistía con un murmullo constante, acompañando el zumbido monótono de las máquinas dentro de la habitación.
En la sala de espera del área VIP, Konstantin no había pegado un ojo. De pie junto al gran ventanal, observaba el cielo encapotado sin verlo realmente. Llevaba horas allí, sin moverse, sin hablar. Su camisa ya arrugada y las mangas arremangadas hasta los codos. Se veía menos como un magnate ruso y más como un hombre desbordado por la impotencia.
A lo lejos, escuchaba a los médicos susurrar códigos médicos, ver a Kira moverse de un lado a otro con los ojos rojos, ir a ver a su madre, luego volver para saber del estado de Dimitri. Envío a su hermanito con su padre en un refugio. No podía regresar a su casa. La tensión era insoportable.
Pero entonces, cerca de las 2:40 am, una enfermera se le acercó.
—Señor Vólkov, el señor Dimitri pidió hablar con u