Mundo ficciónIniciar sesiónAbrió la puerta. Frente a ella no estaba un cartero ni una vecina. Estaba el hombre de la foto. El de rostro afilado.
—Señorita Sofía –dijo, su voz tan pulcra como su traje–. Mi nombre es Kael. Y tengo entendido que ha estado buscando a su novio, Elías.
Sofía sintió el pánico helado. Mantuvo la puerta abierta lo justo para mostrar calma.
—No sé de qué me habla. Mi novio se fue.
Kael sonrió, un gesto que no llegaba a sus ojos. —Elías no era un novio, señorita. Era mi empleado. Y robó algo de mí. Algo que ha arriesgado su vida, y ahora la suya, para ocultar. Algo que creemos que ha disfrazado de sentimentalismo. Su mirada se posó un instante en la mesa, donde ella había dejado la partitura. El aire en la boca de Sofía se volvió denso.—No tengo nada de él. Solo una nota de ruptura.
—Toda la vida de Elías era una nota de ruptura, señorita –replicó Kael, dando un paso adelante–. Entrégueme la partitura. Elías sabía que usted era su última línea de defensa.Sofía retrocedió, su mano derecha tocando instintivamente la cicatriz que Elías le había besado miles de veces. Una vez, en su euforia por haber encontrado un raro vinilo de jazz, él le había dicho:
“Sofía, eres lo único que no está roto en mi vida. Y te voy a proteger de lo que me rompió a mí.”
Ella cerró los ojos un instante. Su amor era real. La traición era real. ¿Pero y si su amor era la única verdad en la vida de mentiras de Elías?
—¿Qué robó exactamente? –exigió ella, ganando tiempo. —El Códice –respondió Kael, impaciente–. Un libro de claves para la organización. Un libro que nos permite operar en las sombras. Elías no lo quería por el dinero. Lo quería para exponernos. Kael intentó forzar la entrada, pero Sofía fue más rápida. Cerró la puerta de golpe, pasó el cerrojo y corrió hacia el dormitorio.Se asomó por la ventana. Kael no se había ido. Estaba hablando por un comunicador. Ella tenía minutos.
Agarró la partitura y la miró de nuevo. La doble capa. El sobre diminuto. Elías era metódico. ¿Y si el Códice no estaba oculto en la partitura, sino que la partitura era la clave para encontrarlo? Recordó una noche, bajo la luz de una vela. Elías tarareando una melodía extraña, una secuencia de notas.Do-Sol-Mi-Re-Fa
Era la única melodía que él se negaba a tocar en el piano, diciendo que le traía mala suerte.
Sofía corrió a la vieja librería de Elías. Libros de historia, de arquitectura… ¡y una sección de geografía urbana! Buscó en la estantería: Dominicanos Sol Minerva Real Fabricio Cinco libros. Cada uno tenía un marcapáginas en una página diferente. En el lomo del libro de Fabrício, Elías había dibujado un pequeño símbolo musical: una clave de sol.Sofía abrió la página marcada del libro de Fabrício. No había texto, solo un mapa de un barrio antiguo que ella no conocía. El punto marcado en el mapa: una vieja iglesia abandonada.
El plan de Elías era claro: la partitura la llevaría a la melodía, la melodía a los libros, y los libros a la ubicación. Salió por la ventana de incendios, la partitura apretada contra su pecho. Corrió por los callejones, el mapa en su mano temblorosa. Llegó a la iglesia en ruinas. El lugar era frío y olía a incienso y decadencia. Encontró una cripta abierta. Descendió. Allí, bajo una sola bombilla colgante, estaba Elías. Pero no estaba solo. Estaba esposado, arrodillado. Y frente a él, había otro hombre, más grande, que sostenía un arma. El hombre era el líder de la organización. —¡Elías! –gritó Sofía. Elías levantó la cabeza. Sus ojos no mostraron amor, sino una súplica desesperada. —¡Vete, Sofía! –su voz era un susurro roto. El líder se volteó, sonriendo a Sofía. —Vaya, vaya. La debilidad del ladrón. Elías nos ha estado informando. Desde el principio. Y nos dijo que usted traería el Códice. ¡Él nunca te amó!






