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Amor Roto y Propuesta de Alto Riesgo

Elías se acercó, la distancia entre ellos un campo minado.

​—Cuando te fuiste, no me quitaste solo la USB. Me quitaste mi último acto de redención.

​—Me quitaste mi fe –replicó ella, retrocediendo–. ¿Cómo sé que esto no es otra trampa?

​Elías tomó su mano y colocó el reloj de bolsillo averiado en su palma.

​—Porque el Fantasma es el hombre que intentaste contactar. El que estaba en el tren. Es un topo infiltrado en la policía europea. Él sabe que la USB está en ti. Y él sabe que yo soy tu única salvación.

​Elías respiró hondo.

​—El algoritmo de anulación no está en mi cabeza. Está en un lugar al que solo yo puedo acceder: la antigua caja fuerte de Kael, en Suiza. Necesitamos ir juntos. Tú tienes el Códice, yo tengo el acceso. Es la única forma de desvincularte del rastreo y usar los datos para exponerlos a nivel global.

​Sofía miró el reloj sin agujas. Un futuro sin tiempo.

​—Si vamos, ¿somos amantes o somos socios? –preguntó ella.

​—Somos dos personas muertas, Sofía –dijo él, con una sombra en los ojos–, que todavía pueden salvar el mundo.

​Aceptaron la alianza. La tensión y el resentimiento eran palpables, una segunda capa de peligro que superaba a la persecución.

​Su viaje a Suiza fue un estudio de paranoia. En el coche, Sofía no dormía; observaba. Elías conducía, concentrado.

​En un área de servicio en Italia, mientras llenaban el depósito, Sofía vio al hombre del tweed, el Fantasma, mirando directamente al coche desde un mirador lejano, usando prismáticos.

​—¡Elías, el Fantasma! –susurró.

​Pero cuando Elías se giró, no había nadie.

​—Estás viendo fantasmas, Sofía. Te lo dije, el miedo te está consumiendo.

​Ella sintió la punzada de la duda. ¿Elías la estaba manipulando de nuevo? ¿Era el Fantasma una invención para hacerla sentir vulnerable y dependiente?

Llegaron a un discreto chalet Suizo, la antigua caja de seguridad de Kael. La caja fuerte era una obra de ingeniería, pero Elías conocía los trucos de su antiguo jefe.

​Mientras tanto Elías tecleaba los códigos, el temporizador de la USB en el bolso de Sofía marcaba: 00:45:00.

​Sofía se puso a su lado.

​—Si no confías en mí, hazlo por ti –dijo Elías–. Solo quiero que estés segura.

​—La seguridad no me importa. La verdad sí –replicó ella.

​La caja se abrió. Dentro había una grabadora y un panel de control con un puerto USB.

​—Conecta la tuya y yo ingreso el algoritmo de anulación. Se desactivará el rastreo –explicó Elías.

​Ella dudó. ¿Podía confiar en que él no borraría la información o la entregaría?

​Sofía tomó una decisión basada en su instinto, no en la lógica. Su amor por Elías estaba muerto, pero su respeto por el hombre que se sacrificó por ella, persistía.

​Conectó la USB.                                                                                                                                                                 Elías tecleó furiosamente, faltaban 00:02:00.

​Justo cuando el sistema mostró: "Anulación del Rastreo Confirmada", las luces de la casa explotaron. El Fantasma estaba fuera.

​—¡Fuiste tú! –gritó Sofía, apuntando con el arma de Elías a la cabeza de este–. Tú lo planeaste, nos entregaste.

​—¡No! –gritó Elías–. Sabía que nos rastrearía hasta aquí, pero si nos captura, al menos no tendrá la USB rastreable. Vete.

​Elías saltó sobre la mesa, bloqueando la puerta. El Fantasma entró por la ventana.

Sofía corrió. Pero antes de salir, hizo algo que Elías no esperaba.

Sacó la USB, hizo una copia de los archivos más críticos, y cargó ese pequeño archivo en el panel de control.

​Elías estaba luchando contra el Fantasma. Vio lo que Sofía hacía y sus ojos se abrieron en horror.

​—¡No, Sofía, es una trampa! –gritó Elías.

​Pero era tarde. El panel se encendió: "Carga de Virus/Gusano Confirmada."

​Sofía no estaba intentando guardar la USB. Estaba inyectando un virus de Elías (que él le había enseñado a usar para proteger archivos) en la red de la caja fuerte, que estaba conectada a toda la infraestructura de la organización.

​—Tú me enseñaste a no confiar en el silencio, Elías –dijo Sofía, mirando el caos–. Pero ahora soy el silencio.

​Ella huyó. El chalet explotó segundos después.

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