Mundo ficciónIniciar sesiónEl reencuentro no fue en Roma, sino en una pequeña ciudad costera a las afueras. Elías la esperaba en el muelle al amanecer. Iba vestido con un traje caro, el uniforme de un hombre de negocios de alto nivel, pero sus ojos estaban cansados.
—Te ves diferente —dijo Sofía, sin emoción. Ella llevaba su arma oculta en el forro de su chaqueta.
—Tú también. El silencio te sienta bien. —El silencio es una protección. El amor era una distracción —replicó ella, y la tensión entre ellos se hizo visible, más densa que la niebla marina.Elías ignoró el golpe y se centró en la misión. El plan era suicida: Infiltrarse en la Galería, acceder al laberinto de túneles secretos de servicio, y llegar a la sub-cripta Bizantina, donde Varelli planeaba ejecutar el golpe final del virus.
—Estoy dentro del equipo de seguridad de Varelli —explicó Elías, mostrando una tarjeta de acceso que brillaba en la luz gris—. Te conseguiré la entrada, pero a partir de ahí, estamos solos. El Arquitecto ha hecho de la cripta su santuario.
—¿Y si me has traicionado otra vez? ¿Si esto es una trampa para recuperar la USB? Elías la miró, y por un instante, el amor roto brilló en sus ojos. —Si yo te quisiera traicionar, Sofía, no te habría dado siete horas de ventaja en Bruselas. Habría ido por ti. La USB no me importa. Tú me importas. Y si caemos, moriremos sabiendo que hicimos lo correcto. Su sinceridad fue más potente que cualquier abrazo.
Esa noche, la Galería Nacional era un laberinto de sombras. Elías usó su pase para neutralizar la seguridad del perímetro y guio a Sofía a través de los túneles de ventilación. La presión era inmensa; cada sombra, cada eco, podía ser la muerte. Llegaron a un pasaje de mármol que descendía. La Cripta Bizantina. El gran salón subterráneo no se parecía al recuerdo de la explosión. Estaba modernizado, lleno de servidores y consolas. En el centro, un pedestal sostenía una unidad de disco duro conectada a una red masiva de cables.Y allí estaba Máximo Varelli (El Arquitecto), vestido con un traje de ópera negro, tecleando con dedos largos y seguros en la consola principal.
—Sabía que vendrías, Elías —dijo Varelli, sin girarse. Su voz era un trueno suave—. Sabía que tu última debilidad sería ese sentimentalismo patético.
Varelli se giró. Detrás de él, el hombre del tweed, el Fantasma, estaba de pie. El Fantasma no era Varelli, sino su mano derecha. Pero el verdadero giro fue la revelación: —Elías, te di mi confianza. Te creí un verdadero converso. Pero nunca entendiste la melodía. Varelli sonrió y señaló un asiento. Kael, el antiguo jefe de Elías, estaba encadenado en un rincón. —Kael es el único que podría detener la inyección del virus. Lo necesitamos. El verdadero objetivo de Varelli no era solo el ataque, sino forzar a Elías a elegir entre dos males: su pasado criminal (Kael) y su futuro peligroso (Sofía)... Y se va poniendo mas interesante...






