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El Lazo Indestructible

​La confrontación final comenzó. Varelli activó la cuenta regresiva del virus: 00:05:00.

​—Elías, tú tienes la llave de Kael. Sofía tiene el antídoto (la USB). Pero solo si el antídoto se inyecta en el servidor central antes de que yo termine la secuencia. Si lo intentan, mueren. Si no lo hacen, toda Europa cae en el caos digital.

​Elías no dudó. Sacó la llave que llevaba oculta en el tacón de su zapato. Corrió hacia Kael, desbloqueando las cadenas. El Fantasma disparó, y la bala rozó el hombro de Elías.

​Mientras Kael (herido pero libre) se arrastraba hacia la consola para intentar sabotear el sistema, Sofía se movió.

​—No a la consola, Kael. ¡Al servidor principal! —gritó Sofía.

​Ella corrió hacia el pedestal central, donde estaba la unidad de disco duro masiva. Varelli la enfrentó.

​—No eres más que un peón, Sofía. Tu amor es tu perdición.

​—Mi amor me enseñó a no confiar en el silencio —dijo ella, con el arma en la mano.

​Elías, sangrando, luchaba cuerpo a cuerpo contra el Fantasma. El tiempo se agotaba: 00:01:30.

​Sofía luchó contra Varelli. Ella no era una guerrera entrenada, pero la adrenalina de la justicia y el miedo por Elías le daban una fuerza brutal. Varelli la desarmó, pero ella tuvo tiempo suficiente. Sacó la USB y en lugar de conectarla al puerto principal de la consola, la estrelló contra la unidad del servidor.

​El golpe no destruyó el Códice, pero rompió el protocolo de cifrado de Varelli, liberando un torrente de datos y forzando una alerta de seguridad global.

El tiempo se detuvo 00:00:00 el virus no se activó. El golpe de estado digital de Varelli había fallado.

​Varelli la miró con odio puro. En ese momento, Elías, aprovechando la distracción, desarmó al Fantasma y disparó al techo, causando un colapso parcial de la cripta.

​Varelli y el Fantasma quedaron atrapados bajo los escombros. Sofía y Elías se arrastraron fuera, heridos y cubiertos de polvo de mármol. Kael, también herido, había desaparecido en los túneles.

​Afuera, la policía rodeaba la Galería. Las alarmas sonaban.

​—Lo hicimos —susurró Sofía, tosiendo.

​—Lo hicimos —repitió Elías, sosteniendo su hombro herido.

​Se miraron. El silencio no era miedo ni engaño, sino el reconocimiento de un lazo que las mentiras y la muerte no habían podido romper. El amor no era una distracción; era la única verdad que les había permitido sobrevivir.

​—Vete —dijo Sofía, entregándole la USB a un agente de policía que se acercaba.

—¿Y tú?

—Yo me quedo. No tengo nada que esconder.

​Elías sonrió tristemente. La lealtad de Sofía al sistema era su código moral. Elías, un fugitivo y un criminal, no podía quedarse.

​—No voy a dejar que te pudras en la sombra por mí, Elías —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Lo que hicimos... fue real.

​Se abrazaron con la desesperación de un último adiós.

​Elías se desvaneció entre las sombras de la Galería, una vez más, el fantasma.

Un año después Sofía testificó contra los restos de la red de Varelli la verdad, aunque incompleta, había salido a la luz.

Regresó a su vida, en un pequeño apartamento junto al mar.

​Un día, encontró un viejo vinilo en su buzón. Era la Sinfonía del Nuevo Mundo. No había un código en el vinilo, sino una nota escrita en el interior con la caligrafía elegante de Elías:

Encontré mi propio silencio, pero el tuyo es el único que quiero romper.

​Sofía sonrió, con lágrimas de esperanza. Encendió el tocadiscos. La música llenó la habitación. Ella sabía que su fidelidad ya no era tensa; era eterna, esperando el día en que su amor pudiera, finalmente, tocar su última y verdadera sinfonía.

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