Mundo ficciónIniciar sesiónSofía se esconde y ve las noticias, la explosión. La policía afirma que se trató de un accidente. No hay mención del Fantasma o de Elías.
El virus que inyectó paraliza toda la red de la organización por 72 horas. La verdad no sale a la luz, pero la red ha sido herida de muerte. Dos días después, Sofía recibe un paquete de una mensajería anónima. Dentro, un único objeto: el reloj de bolsillo sin manecillas, con una nueva inscripción grabada:La Partitura ha terminado. La sinfonía continúa.
Y debajo, un número de teléfono.Elías no está muerto. Él permitió que el chalet explotara (quizás el Fantasma también sobrevivió) para convencer a la organización de que la amenaza había sido neutralizada.
Sofía llama al número.—Estoy dentro –dice la voz de Elías.
—¿Y yo? –pregunta ella. —Tú eres la razón por la que estoy dentro.Habían pasado tres meses desde la explosión del chalet Suizo. Para el mundo, Sofía estaba muerta, y Elías era un operativo recuperado, ascendiendo rápidamente en lo que quedaba de la organización. Para ellos dos, la conexión era una única línea de vida cifrada, un susurro digital que desafiaba la vigilancia de El Arquitecto.
Sofía se había instalado en Atenas. Su apartamento, con vistas al Partenón, era un contraste irónico con la oscuridad de su vida. Elías se comunicaba cada martes y jueves, siempre a las 02:00, usando una melodía digital oculta en streaming de música clásica. Cada nota contenía una coordenada, una clave, o un nombre. Su alianza era una danza fría y eficiente. Elías, desde dentro, le proporcionaba los planos; Sofía, desde fuera, los ejecutaba, cortando las arterias financieras y políticas de la red. Había desaparecido la tensión romántica de la desconfianza; ahora solo existía la tensión profesional de dos soldados que se cubrían la espalda.—El Arquitecto se mueve —leyó Sofía en su terminal una madrugada. El mensaje estaba escondido en la cadencia de la Sinfonía del Nuevo Mundo.
Elías había descubierto la verdad detrás de la figura que creían muerta, el Fantasma. El Fantasma era solo el seudónimo de campo de 'El Arquitecto', cuyo nombre real era Máximo Varelli, el actual Ministro del Interior italiano, un hombre intocable. El verdadero objetivo de Varelli no era el dinero, sino el poder total. Había utilizado la organización para crear una infraestructura digital subterránea, un virus durmiente capaz de paralizar los sistemas de seguridad y comunicaciones de Europa.
—El detonante final es el Códice —continuó el mensaje de Elías, la música acelerándose a un allegro de peligro—. La USB que tienes no era solo para exponerlos; también es la clave de anulación. Varelli planea inyectar el virus en el corazón del sistema en 48 horas. Debes detenerlo.
Sofía sintió el pánico helado que siempre la acompañaba. —¿Dónde está el servidor principal? —tecleó. La respuesta de Elías vino en un tono sombrío, casi melancólico, a través de las cuerdas de un chelo solitario: Bajo el único lugar que nunca miraron. La Galería Nacional. Donde empezó el engaño. La ironía era demoledora. Todo había regresado al punto de origen: la Galería, el lugar donde Elías había fingido el robo del Códice original, sabiendo que el valor real era digital. Sofía sabía lo que significaba esto. No podían trabajar a distancia. Esta era la Última Sinfonía que debían tocar juntos. —Dame un punto de encuentro —escribió ella. Elías no respondió con coordenadas. Respondió con un nombre, La Cripta Bizantina. El mismo lugar de la explosión y su última separación forzada. Era una invitación a un final, fuera de amor o de justicia.






