Episodio 5

LYNETTE

Un destello de emociones atacan mi vientre, me congelo al instante en el que aquel hombre de cabello castaño, con destellos rubios y ojos verdes, me dice aquellas palabras, por un segundo tardo en reaccionar, le miro, estoy segura de que es el mismo hombre que nos metió a mi bebé y a mí, en el baño del avión, cuando esos matones me atacaron, aún tengo la mejilla roja por la bofetada que recibí. 

—Gracias —logro articular. 

Noto que relaja el cuerpo, es como si hubiera estado a la defensiva, pero se ha dado cuenta de algo, cuando dirijo mi mirada en dirección de lo que atrapa la suya, me doy cuenta de que es hacia mi bebé. Lo que me hace apretujarlo contra mi pecho. 

—Se han equivocado de equipaje —habla sin darme tiempo de decirle lo mismo. 

—Sí. 

—Lynette Finn —dice mi nombre con un grosor en su voz que me eriza la piel, aunque su mirada permanece apacible. 

—Necesitamos hablar, ¿puedo pasar un momento? —inquiere con cautela. 

Mi primer instinto de supervivencia es decirle que no, ya que lo conozco, sin embargo, sus ojos denotan una mirada rotunda, por lo que asiento lento, haciéndome a un lado para que pueda pasar. 

—Seré claro contigo… 

Sus palabras, como su voz, se ven suspendidas debido al sonoro y casi irritante timbre de su celular, el cual, por más intentos que haga de ignorarlo, termina tensando la mandíbula de una manera dolorosa y atiende, alejándose un par de metros de nosotros. 

En mis brazos, Malek se remueve inquieto, el tipo se encuentra a espaldas, con la mirada fija en algún punto a las afueras cuando se asoma por la ventana con permisividad. Mi cerebro comienza a maquinar todas las maneras en las que esto no se siente bien, así que opto por la que me parece más impulsiva, aunque me mantiene a salvo. 

Agarro mis cosas con sumo cuidado de no hacer ruido, y salgo de la habitación del hotel, camino a toda prisa hasta girar a mi izquierda, yendo por un corredor más angosto, los nervios no me permiten pensar con claridad, el miedo corre por mis venas, mezclado con un disparo de adrenalina. Localizo el elevador, presiono el botón varias veces, hasta que la voz de aquel hombre llama mi atención y me hace dar un respingo. 

—¡Lynette! —exclama con ojos embravecidos.   

Insisto hasta que las puertas se abren, lo sabía, ese tipo debe estar demente, además, puede ser un hombre mandado por el padre de mis hijos, lo que hace que tanto las piernas como las manos, me tiemblen hasta el punto de llegar a ser como gelatinas. 

—¡Detente! 

Presiono de nueva cuenta el botón, aumenta la velocidad, pero las puertas se cierran en sus narices, alcanzando a escuchar solo una maldición. Malek, comienza a llorar y lo tengo que arrullar, es un bebé tranquilo, sin embargo, es como si la voz de aquel hombre lo hubiese alterado. 

—Estaremos bien, mamá, no dejará que nada malo te pase —le susurro suavizando el tono de mi voz, y dándole un pequeño beso en la coronilla.

Llegando al primer piso, salgo disparada hacia la salida, estoy llegando, esquivando a los huéspedes que van subiendo a sus respectivas habitaciones, cuando tiran de mi brazo con demasiada fuerza, me cubren la boca y me llevan hasta detrás de uno de los muros que separan la recepción, de la zona de descanso. 

—No hagas ruido —me dicen al oído. 

El mismo hombre me tiene envuelta entre sus brazos, su fuerza es tanta, que es como si intentara protegernos de algo, como si nos conociera. Me remuevo inquieta. 

—Observa —dice. 

Levanto la mirada y me asomo un poco con su ayuda, notando que cinco hombres vestidos de traje negro y corbata roja, pero eso no es lo que me llama la atención y hace que el ácido estomacal se me suba por la garganta, sino, el hecho de que vayan armados. Abrazo con más fuerza a mi hijo, quien inevitablemente comienza a llorar. 

Cosa que delata a los hombres, se detienen e intentan localizar la dirección del sonido del llanto. 

—Joder —dice a mis espaldas el hombre. 

Me sostiene con fuerza del brazo, hay demasiada gente, lo que nos ayuda a escabullirnos hasta que me pide que comience a correr, provocando que la maleta se me resbale de las manos. 

—¡Andando!

No entiendo nada, no obstante, corro por supervivencia y porque claramente esos hombres son enviados por el padre de mis hijos, llegamos a la salida, donde nos dirigimos a un auto oscuro, blindado, nos subimos y enseguida arranca, varios impactos de bala chocan contra nosotros, grito y mi bebé comienza a llorar a todo pulmón. El hombre pisa el acelerador de manera que nos vamos alejando, el corazón me late con frenesí, me siento como en una película de terror. 

El tipo sigue manejando hasta que comienza a descender la velocidad, arrullo a mi bebé, poco a poco se queda quieto pero despierto. 

—¿Está bien? —me pregunta de la nada. 

—¿Qué? —abro los ojos como platos. 

—El bebé, ¿se encuentra bien? —aprieta el volante con demasiada fuerza. 

—Sí —respondo con cautela. 

Omito la intención de preguntarle si viene de parte del padre de mis hijos, nos salvó, así que eso queda descartado. 

—¿A dónde vamos? —estoy temblando y un escalofrío recorre mi espina dorsal. 

No me responde, parece inmerso en sus propios pensamientos, intento buscar mi móvil para llamar a Daniela, no lo encuentro y comienzo a ponerme más nerviosa, la respiración me falta, necesito un respiro. 

—¿Puedes detener el auto? —sueno abatida. 

—No —se limita a responder. 

—Por favor, en verdad lo necesito —mi ansiedad acelera mis palpitaciones. 

Él me mira de soslayo por un segundo, parece pensárselo hasta que sale del carril principal para orillarse, apagando el motor del auto. No dudo en abrir la puerta, salir y comenzar a respirar con profundidad. Desde que comenzó todo esto, he tenido algunos ataques de pánico, en donde las piernas y los brazos me hormiguean, y la falta de aire hace que mi sistema de vaya por el acantilado. 

—¿Qué te sucede? —pregunta el hombre saliendo del auto. 

No puedo responderle, solo me alejo un par de metros, Malek comienza a llorar de nuevo, por lo que lo mal de la situación, lo que acaba de pasar, estar en la nada con un extraño que sabe mi nombre y que nos ha salvado, ahora con el llanto de mi hijo, no ayudan en nada, estoy a punto de romper en llanto junto con él, por cuestionarme si podré protegerlo del peligro, cuando un par de brazos me lo arrebata. 

—Tranquila, yo me hago cargo —dice el mismo hombre. 

Me quedo en blanco cuando noto que al momento de cargarlo se queda callado mi bebé, solo hace un par de sonidos con sus labios. Detallo la escena y algo se remueve en mi pecho. Él lo mira como si fuera la más hermosa creación del universo entero, lo ve como yo lo miro. 

—Eres fuerte —le susurra a mi bebé—. Eres idéntico a tu hermano. 

Me giro lentamente y le miro, procesando lo que acaba de decir. 

—¿Cómo sabes? —mi voz tiende de un hilo. 

Intento ir por mi hijo, no obstante, él da un paso atrás y sus ojos se oscurecen. 

—¡Responde! —exclamo presa del pánico—. Dame a mi bebé, por favor. 

El ansia de que Malek esté de nuevo entre mis brazos, hace que me vaya sobre él y le arrebate a mi hijo de sus brazos. 

—No es el lugar adecuado para hablar. 

—¡No pienso ir a ningún lado con usted! —ahora soy yo quien comienza a retroceder. 

Quiero que me deje en paz, quiero poner a salvo a mi bebé, y estoy a nada de volver a salir corriendo, sin embargo, el hombre relaja los hombros y mete ambas manos en los bolsillos de sus pantalones. 

—Tengo que poner a salvo al bebé —sus ojos adquieren un color sombrío. 

—¿Por qué lo harías? ¿Quién eres? 

Se queda callado y en menos de un pestañeo, merma el espacio que nos separa y me devuelve al auto por la fuerza. 

—¡No quiero, suélteme! —bramo destilando rabia e incertidumbre. 

En cuanto me mete, pone los seguros y arranca el auto, rápido, y por seguridad, me coloco el cinturón de seguridad, reviso que mi hijo esté bien, parece estar tan absorto en su propio mundo, que cuando sus ojos verdes se anclan en los míos, al tiempo que balbucea, el aire se me corta y todo el mundo desaparece, solo somos los dos. 

—¿Por qué me haces esto? —le pregunto al hombre—. Ni siquiera sé quién eres. 

Silencio. 

Me remuevo inquieta sobre el asiento, dándome cuenta de que se trata de uno de esos carros demasiado costosos. El tiempo pasa y mientras más nos alejamos de la zona del hotel, más comienza a darme pánico, cuando por fin aparca, admiro que se trata de una casona al estilo gótico, cubierta con paredes de mármol blanco y algunas gárgolas por los costados de la propiedad, dándole un aire aún más funesto. 

—Bajemos —sisea por lo bajo. 

No tengo más opciones, aunque corriera, esta es una de esas zonas en las que los vecinos se encuentran a miles de kilómetros, con manos temblorosas, cuidando y aferrándome a lo que más amo, bajo de coche, el atardecer comienza a descender hasta que le sigo a la entrada, una vez dentro, las puertas se cierran con un estruendo que hace que mi bebé despierte y quiera llorar. 

—Señorita Lynette Finn. 

Volteo hacia atrás al reconocer la voz de aquel hombre, comprobando que se trata de Fabricio Curtín, el abogado de Alan Soto, el padre de mis hijos. 

—¿Qué hace usted aquí? —frunzo el ceño—. ¿Alan está aquí también? 

No creí que sintiera tanto temor al pronunciar ese nombre, mis ojos de pronto se llenan de lágrimas y la barbilla como la voz me tiemblan. 

—¿Quiere matar a mi bebé? No lo haga, por favor, no le deje hacerlo, nació débil, pero se está recuperando, los doctores dijeron que estaba sano, no le falta nada —el aliento se me atasca con el contacto de la mano del hombre que me trajo, al intentar tirar de mi brazo. 

—¿Crees que Alan Soto, el padre de tus hijos, intentó matarlo? —me estudia receloso. 

—Sí —musito. 

—Se equivoca —habla el abogado, cruzando una mirada extraña con el desconocido—. Alan Soto solo es un seudónimo que usó el verdadero padre de los gemelos, como protección. Él no sabía que habían sido gemelos, fue un error mío y de la enfermera en turno, de cualquier forma, es cierto que los bebés corren grave peligro, pero ahora que están aquí, en Italia, cerca de su padre, todo estará bien. 

Intento llevar bien y procesar cada una de las palabras que me han dicho, si Alan Soto no existe como tal…

—¿Quién es el padre de mis hijos entonces? —arguyo. 

Ambos hombres vuelven a hacer contacto visual, entonces, el hombre que me trajo a la fuerza, de dos zancadas firmes, se acerca hasta mí, me pierdo en sus ojos verdes, los mismos de… 

—Mi nombre es Brent White, soy el verdadero padre de los gemelos —una sonrisa juguetona curva sus labios—. Y vengo a proponerte otro contrato, esta vez con el triple de ganancia de lo que te pagué por tener a mis hijos. 

Retrocedo hasta que mi espalda golpea la pared, trago grueso y miro de hito en hito, sintiéndome débil ante estos dos hombres que tienen pinta de ser monstruos.    

—¿Qué clase de trato? —logro articular. 

Entonces el señor Brent, borra todo atisbo de sonrisa de su rostro, y responde a lo que ha sido la cosa más loca e irreal que he escuchado que alguien me diga. 

—Cásate conmigo. 

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