Stefano Di Sávallo, la nueva cabeza del Imperio Di Sávallo, era un hombre desconfiado por naturaleza. La vida se había encargado de demostrarle que las mujeres no amaban por demasiado tiempo, así que su corazón tenía más cerraduras que las bóvedas del Imperio. Allí lo había metido después de que el amor de su juventud lo abandonara sin explicaciones. Sin embargo, la enfermedad de una de las personitas que más quería en el mundo, lo obligó a reencontrarse con ella: Isabella Valenti, Bells, la mujer que más odiaba y la única que podía ayudarlo. Quizás Stefano se tragara su orgullo por un tiempo, pero el rencor... el rencor de un Di Sávallo no conocía límites, y pronto se daría cuenta de que aquella nueva oportunidad con la mujer que había amado... venía con desafíos difíciles de vencer.
Leer másStefano miró por milésima vez la pantalla de su celular, como si con eso consiguiera que el mensaje que tanto había estado esperando por fin llegara. Condujo como un loco por las calles de Londres, sin atender a los semáforos, al tráfico o al peligro de un accidente.
Finalmente su auto se detuvo frente a uno de los pequeños chalets de estilo victoriano que había en las afueras de la ciudad. Le había jurado a Bells que jamás iría a buscarla allí, pero tenía veinte años, era impulsivo y hacía más de tres días que no sabía nada de ella.
Quizás el abusivo de su padre finalmente le hubiera quitado el celular. Quizás hubiera enfermado de nuevo, como era tan usual últimamente… o quizás simplemente no quisiera hablar con él después de la pelea que habían tenido por irse a vivir juntos.
Él estaba listo para sacarla de su casa en ese mismo instante, aunque tuviera que retrasar la universidad por un tiempo, pero Bells no estaba lista, y Stefano no podía entender que prefiriera quedarse con una familia que la maltrataba.
Sintió la fuerza de su puño chocando contra la madera vieja de la puerta.
—¡Bells! —gritó sin importarle que fueran las once de la noche y que todas las luces de aquella casa estuvieran apagadas—. ¡Bells! ¡Contesta!
Se preparó para la ira de su padre y el escándalo de su madre, pero en cambio solo fue la vecina chismosa de al lado la que asomó la cabeza por una ventana de su propia casa.
—Oiga joven, ahí no hay nadie…
Stefano sintió que todas las fuerzas lo abandonaban.
—¿Cómo que no hay nadie? ¿Dónde están?
—Se fueron todos… se llevaron todo…
¿Cómo que «se llevaron todo»?
Sin medir las consecuencias, embistió la puerta con uno de sus hombros y toda la fuerza que tenía, haciendo saltar la cerradura y astillando la madera.
—¡Oiga, no puede hacer eso! ¡Voy a llamar a la policía…! —fue todo lo que escuchó mientras irrumpía en la casa con precipitación.
No quedaba un solo mueble, ni una cortina… ¡nada! Recorrió habitación por habitación mientras maldecía, pero en aquella casa no quedaba ni un solo rastro de Bells o de a dónde podían habérsela llevado… ¡Porque se la habían llevado…! ¿Verdad?
¡Bells no podía haberse ido por su propia voluntad! ¡Bells lo amaba! ¡Ellos se amaban!
¡Tenía que encontrarla! ¡Tenía que…!
Antes de que sus pies alcanzaran la puerta, sus ojos se posaron sobre un papel que se distinguía sobre la chimenea del salón principal. Y ese solo pequeño pedazo de papel convirtió el mundo perfecto de Stefano Di Sávallo en un infierno.
«Se que vendrás a buscarme y quizás pienses que me obligaron a marcharme, pero no es así. Fue lindo intentarlo contigo, pero aunque tú no puedas verlo ahora, yo sí sé que no soy la mujer para ti. Te deseo toda la felicidad que no tendrías conmigo.
Bells».
Stefano sintió como si de nuevo tuviera cuatro o cinco años y viera alejarse el auto de su madre, abandonándolo por cuarta o quinta vez... en algún momento había dejado de contarlas.
Las mujeres tenían una capacidad especial para amarlo por poco tiempo. ¿Por qué se había atrevido a creer que Bells sería diferente? ¿Qué lo amaría para siempre, como él había estado dispuesto a amarla?
—¡Maldita! —murmuró arrugando el papel entre sus dedos.
Seis meses después—Ok, respira profundo... y no te atrevas a convertir esto en algo erótico porque últimamente ya me preocupa la calentura que traes —se rio Kiryan y Bells sintió un escalofrío cuando sintió el gel cayendo sobre su vientre.—¡Espera, espera...! —lo detuvo ella antes de que el transductor tocara su piel—. ¿Y si hacemos esto con Stefano?—Creí que querías darle la sorpresa —murmuró Kiryan—. Su cumpleaños es en tres días.—Sí, ya sé... pero es que si de verdad estoy embarazada, Kir... no quiero que él se pierda la primera ecografía, es algo especial de los tres —dijo ella con un puchero y Kiryan se inclinó para besarla.Luego la limpió, la ayudó a levantarse y extendió su mano.—Tienes razón, entonces vamos a comprar un montón de pruebas rápidas para asegurarnos y luego le damos la sorpresa a Polarcito.Sus dedos se entrelazaron y bajaron de su piso especial en pocos minutos. Ya no vivían allí, era válido aclararlo, tenían una hermosa casa en las afueras de Roma, con jar
Stefano y Kiryan se miraron anonadados por un instante. ¿Cómo era que Bells había mandado a hacer dos alianzas para ellos? —Sí, claro que sí —sonrió Kiryan dejando que Bells le pusiera la suya y los dos miraron al italiano, que les sonreía. —¿Entonces, Polarcito? ¿Te casas con nosotros? —le preguntó Kiryan y Stefano los abrazó a los dos con gesto protector. —Por supuesto que sí... pero ahora nadie te libra de la espartana, Kodiak. Bells le puso su alianza y el resto de la noche lo dejaremos a imaginación de las lectoras. Solo diremos que hubo gritos como para despertar al vecindario y celebración hasta el amanecer. Dos días después ya Stefano se había puesto en modo "máquina de trabajo", porque quería su boda para ya y encima perfecta. —¿Brasil? ¿Hasta allá nos vamos a ir a casar? —preguntó Bells sorprendida—. ¿No podemos hacerlo más cerquita? —Nena, recuerda que un tipo de matrimonio como el nuestro, de tres personas, no se puede celebrar legalmente en todos los países —le reco
—Solo hay una cosa que quiero saber —murmuró Kiryan acercándose a ella y besándola mientras Stefano la abrazaba por la espalda.—¿Qué cosa? —sonrió Bells.—¿Qué diablos ibas a hacer si resultaba que de verdad íbamos a una gala importante? —le preguntó y el italiano dio un respingo.—¡Ups! ¡Castigada! —exclamó Stefano con emoción.—Tú lo que estás buscando cualquier pretexto para nalguearme —se rio Bells.—¿Soy tan obvio?—¡Transparente! —dijeron al unísono Bells y Kiryan.—¡Pues ya está! ¡Concedido! ¡Ropas fuera que tenemos una luna de miel que empezar!Los tres se rieron, pero las risas muy pronto fueron sustituidas por un gemido de Bells, porque aunque llevaba poca ropa, lo cierto era que ellos querían que no llevara nada de nada.Stefano la hizo volver la cabeza con un gesto firme para darle un beso profundo y demandante mientras Kiryan le abría aquella lencería hasta desaparecerla.Bells sabía que ese beso y aquellos dedos recorriendo su piel la llevarían a un paraíso de placer.K
Stefano estaba desesperado. Bells no daba señales de despertar de aquel dolor de cabeza, él iba detrás con ella, abrazándola mientras Kiryan conducía a toda velocidad hacia el laboratorio.—¿Por qué no despierta, Kodiak? Debería despertar, ¿no es así? —preguntó asustado y Kiryan no dijo nada, pero sí, un desmayo tan largo no era normal.Tomó su teléfono y en pocos segundos comenzó a dar órdenes. Apenas llegaron al laboratorio la llevaron directamente a una de las áreas especializadas de la clínica y la metieron a hacerle una tomografía.Los minutos parecían eternos mientras aquella máquina trabajaba y salían los resultados de los exámenes. Stefano, con el corazón en un puño, miraba impotente como algunos doctores entraban y salían, hasta que Kiryan se asomó y lo dejó pasar también a él.—La tomografía no refleja daños en su cerebro —les dijo un especialista—, y tampoco encontramos ningún signo de contusión en la superficie del tejido cerebral.Stefano respiró profundamente, un poco al
Stefano estaba a punto de creer que aquello era un sueño. Bells completamente desnuda entre Kiryan y él definitivamente tenía que ser un sueño o algo, pero cuando la sintió gatear sobre su cuerpo, sin apoyarse en él para no hacerle daño, sintió que estaba a punto de gritar de alegría como un niño.Sintió aquella lengua traviesa sobre su pecho y luego sus labios se unieron en un beso suave que fue subiendo de tono a medida que el ruso la acariciaba.—No tienes permiso para moverte —le advirtió Bells.—¿Órdenes de la doctora? —sonrió Stefano mordiendo su labio inferior provocativamente.—Exacto, órdenes de tu doctora —respondió Kiryan—. Cree que necesitas activar tu sistema límbico y liberar dopamina.—¿Perdón?—Follar, necesitas follar —dijo Bells y Stefano estalló en la carcajada más sonora que podía, pero era delicioso verla allí con ellos—. Así que solo abre los ojitos —susurró ella sobre la piel de su cuello—. Y disfruta del espectáculo.Stefano suspiró mientras su piel comenzaba a
Seis días.Seis días más tardaron en darle el alta a Stefano, y en todo ese tiempo la familia había tenido el tacto de no preguntarles por Bells. Sin embargo Stefano sabía que no importaba, le bastaba con mirar de reojo a Kiryan para saber que estaba muriéndose por dentro aunque no lo dijera.Los dos la amaban, eso no iba a cambiar nunca, pero mientras Kiryan se inclinaba por la comprensión, él se inclinaba por la compresión, y estaba seguro de que Bells iba a terminar entre ellos tarde o temprano. Solo estaba esperando reponerse y levantarse de aquella cama, porque definitivamente para corretear a Bells tenía que estar en forma.Debían ser las seis de la mañana cuando por fin el médico de la primera ronda de guardia accedió a darle el alta. Los puntos de la operación se disolverían en un par de días y todo estaba bien. Stefano por supuesto rezongó porque lo sacaban en silla de ruedas y poco después Carlo y Aitana los llevaban a su departamento.—¿No van a entrar? —preguntó Kiryan, in
Último capítulo