Junto a Alessia cruzó una de las puertas antiguas. El aire fresco del exterior las envolvió como una tregua. Caminaron en silencio hasta alcanzar los muros de piedra que marcaban la frontera entre lo divino y lo mundano. Allí, donde los reclutas cumplían guardia sin poder cruzar, las esperaban ya el arquitecto y dos guardianes.
Sobre una mesa improvisada, los planos se extendían como una cartografía sagrada. El arquitecto hablaba con precisión mientras explicaba los detalles técnicos. Catalina lo escuchaba, pero su atención se desvió en cuanto distinguió a uno de los guardias.No necesitó que lo mirara de frente. Lo reconoció por el modo en que se sostenía firme, por la tensión en su postura. Era él. Aquel muchacho que había visto hacía casi un año, en la Piazza del Popolo. Un recuerdo que creía enterrado, pero que ahora emergía con fuerza.—¿Lo conoces? —susurró Alessia.Catalina negó, sin alterar el rostro.—No.Era cierto. No