El salón del Palazzo Massimo resplandecía con luces cálidas, música discreta y cristales tintineando entre brindis y saludos de cortesía. Era una gala de caridad, una de tantas organizadas por fundaciones imperiales en nombre de causas nobles, donde la política, el espectáculo y la devoción convivían bajo los mismos candelabros.
Catalina llegó puntual, como siempre, acompañada por Alessia y Occia. Vestía una toga moderna en tonos marfil y dorado, sencilla, pero impecable, sin joyas salvo el anillo ceremonial. Su porte imponía respeto sin esfuerzo. Las cámaras captaron su entrada, y varios asistentes se inclinaron al verla pasar. Marco la seguía a corta distancia, firme, atento. Ya no era Logan quien ocupaba ese lugar.
Del otro lado del salón, Logan custodiaba a Alessia con la misma discreción con la que solía proteger a Catalina. Su expresión no revelaba nada, pero sus ojos sí la seguían. No había buscado cruzarse con ella. No todavía.
Algunos periodistas acreditados aprovecharon la o