Cuando el día de dejar Roma para siempre, y volver a la rutina en Canadá, Logan, decidió quedarse. Desoyo las protestas de su madre. Con una idea instalada en su cabeza, dió los peimeros pasos para convertirse en recluta de la guardia vestal.El cuerpo de Logan, adolorido y fatigado, protestaba con cada movimiento. Aun así, el sonido estridente del despertador marcaba el inicio de una nueva jornada en su entrenamiento para la guardia del templo. Aquella rutina implacable había convertido su vida en un ciclo constante de esfuerzo, agotamiento y resistencia.Su habitación en el alojamiento para postulantes era modesta, austera, compartida con otros jóvenes que, como él, habían dejado atrás todo para intentar formar parte de esa élite encargada de proteger a las vestales y custodiar el fuego sagrado. Por la ventana se colaban los sonidos de una Roma que despertaba lentamente: el murmullo de las primeras conversaciones, el chirrido de las persianas de los cafés, el aroma del pan recién ho
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