El sol apenas atravesaba las ramas de los laureles cuando Catalina y Alessia cruzaron los jardines del Atrium. El aire era fresco, y el murmullo del agua llegaba desde la fuente cercana. Caminaban en silencio, con el ritmo pausado de quien no tiene prisa, como si el tiempo pudiera suspenderse en ese rincón apartado del templo.
Pasaron junto a los parterres floridos, bordeando la hilera de columnas bajas que separaba el sendero de grava del borde de la piscina rectangular. El agua, quieta, reflejaba los trazos del cielo.
—¿Has oído lo que dicen los noticieros? —preguntó Alessia, sin mirarla.
La atención de Catalina estaba puesta en una hoja caída que flotaba sobre la superficie. La apartó con la punta del pie, sin hacer ruido.
—Algo mencionaron sobre Grecia —dijo por fin.
Alessia asintió con suavidad.
—Una invitación formal. Aún no se ha dado una respuesta oficial, pero… es probable que Occia te elija a ti para representarnos.
Catalina giró apenas la cabeza.
—¿Por qué?
—Por lo que repr