Sentía que el entallado minivestido negro me comprimía las costillas y que la larga coleta me tiraba del cabello, incluso que los altos tacones abiertos de aguja fina podrían tirarme en algún momento. Aunque parecía segura de mí, al llegar con los guardias creí que me detendrían y me impedirían el paso a ese recinto tan exclusivo.
Pero las pesadas puertas de grueso roble antiguo se abrieron para mí.
—La esperan, señorita —me dijo un chico, apuesto, joven y en traje negro, con corbata roja.
¿Era un empleado del club? No lo parecía. Se veía como un chico rico. Él me guio por un corredor solitario, pero bien iluminado con suaves luces azules, y pronto comencé a oír la música, que los gruesos muros insonorizados silenciaban en el exterior.
Cuando abrió otra puerta y extendió una mano para mí, como invitación a que entrara, me quedé sin palabras. Delante de mí, tenía a la vista un lugar sensacional, que parecía sacado directamente de una película, una erótica, lujosa y costosa. Los salones