... es más inquietante lo que yo sería capaz de hacerte... por amor...
Lo que acababa de salir de sus labios, mientras mantenía esa expresión rígida en el rostro y esa postura dominante, me hizo ponerme más tensa y recelar de él.
—¿Qué... tratas de decirme, Adam?
Agudizó sus preciosos ojos y los vi tomar un matiz oscuro, más de lo habitual. Se oscurecieron tanto, que ya no eran avellanados, sino casi tan negros como el mismo carbón, al menos así me lo parecían en esa penumbra donde nos hallábamos. Aún ningún empleado despertaba; toda la casa estaba desierta y la iluminación apagada.
Solo estábamos mi marido y yo, envueltos en una tensión tan densa y pesada que podía sentirla a cada respiración.
—Digo que no me gusta la idea de perderte de vista, de no saber dónde estás o con quién.
Estaba siendo crudamente directo, sincero y sin rodeos.
—Y también significa que...
Hizo una pausa para erguir la cabeza y mirarme hacia abajo, repasando otra vez la reveladora ropa que llevaba puesta. Sus