Realmente me tomó gran esfuerzo recuperarme del agotamiento de esa noche. Me dolían las caderas y sentía las piernas pesadas, que me quejé cuando estiré los músculos y, entre muecas, me tambaleé fuera de esa cama.
En el centro de aquella habitación vacía, me detuve un poco perturbada. Desde todas las direcciones y todos los ángulos posibles, me vi a mí misma convertida en un terrible desastre.
El maquillaje estaba corrido en mis ojos, mi cabello era un enredado revoltijo y toda mi espalda se hallaba cubierta de marcas hechas por él. Cuando traté de tragar saliva, me costó gran esfuerzo; tenía la boca seca y me sentía bastante deshidratada, seguro por la cantidad de veces que me vine en contra de mi voluntad.
Aún aturdida, paseé la vista por el escaso mobiliario, buscando algo con que cubrirme para salir de allí. Entonces, a los pies de la cama desnuda, me encontré con una bata de seda, que seguro él había dejado allí para mí. Luego de ponérmela y cerrarla casi con celo, me moví hasta