Mundo ficciónIniciar sesiónEn el día de su boda, Isabella Hernando se miró al espejo y se preguntó: ¿cómo podría casarse con alguien que apenas recordaba? Miguel Martez, el hombre con el que estaba prometida, no era más que un amigo de la infancia que había desaparecido hacía mucho tiempo. Pero justo antes de que comenzara la ceremonia, Miguel se esfumó sin dejar rastro. Para salvar la reputación de la familia, Maximilian Martez, su hermano mayor, se vio obligado a ocupar su lugar en el altar — sin que nadie lo supiera, ni siquiera la propia novia. Pero cuando Isabella finalmente se encontró frente al hombre, quedó impactada. Ese rostro, esos ojos… esa voz…
Leer más—Fíjate por dónde caminas la próxima vez.
Isabella alzó la vista con el ceño fruncido, justo a tiempo para ver la espalda de un hombre alto, vestido con un elegante traje negro, que se alejaba sin siquiera mirarla.
Soltó un largo suspiro.
Cuando tuvo todo en orden, Isabella se apresuró a entrar, registró su llegada y subió casi corriendo las escaleras hacia la sala de reuniones del segundo piso.
En cuanto abrió la puerta, el corazón se le detuvo. Todos estaban ya sentados: su jefe, el señor Luiz, y varios clientes importantes.
—¿Por qué no vienes mejor al mediodía, ya que estás?
No. No podía ser. Era él.
El color desapareció de su rostro. Se mordió el labio inferior sin darse cuenta.
Maximilian Martez. Así que ese era su nombre.
Isabella forzó una sonrisa cortés y se sentó rápidamente. Por dentro, rezaba para que no la reconociera. Pero, claramente, la suerte no estaba de su lado.
—¿Siempre te comportas así? —la voz gélida de Maximilian cortó el aire.
Isabella tragó saliva.
—¿Ah, sí? ¿Ahora son excusas? —replicó él con tono impasible—. Si todos pensaran así, el mundo dejaría de funcionar.
Lengua afilada, traje impecable. Qué combinación tan encantadora, maldijo Isabella para sus adentros, bajando la cabeza aún más.
El señor Luiz intervino de inmediato.
Isabella inhaló hondo.
Cuando terminó, la sala quedó en silencio.
Isabella mantuvo la sonrisa forzada.
Esa noche, tras horas extra de trabajo, se estiró y suspiró.
Su teléfono vibró.
Samantha:
Isabella:
Samantha:
Isabella sonrió con ternura. La madre de Samantha hablaba de matrimonio últimamente… demasiado. El problema era que ella ni siquiera tenía novio.
Diez minutos después, llegó a casa.
La verja no estaba cerrada. Qué raro.
—Ah, ya llegaste —la saludó su madre con calidez.
Rieron un rato, hasta que la expresión de la señora Martez se volvió más seria.
Isabella la miró, intrigada. La mujer dudó, miró a su madre y luego volvió a mirarla a ella.
La palabra casada resonó en la mente de Isabella.
El corazón le dio un vuelco. Miró a las dos mujeres que más quería, esperando que alguna soltara una carcajada y dijera que era una broma. Pero no: solo encontró miradas expectantes y sonrisas tiernas.
—¿Casada? —susurró.
Ambas asintieron al unísono.
—Pero, tía… ¿no tiene ya alguien en su vida? —preguntó con cautela.
La señora Martez negó con una sonrisa cariñosa.
Solían… hace diez años.
Isabella casi se echó a reír, si no doliera tanto.
—Tía… —empezó a decir, pero antes de que pudiera continuar, la señora Martez tomó las manos de su madre con entusiasmo.
—¡Ay, Adeline, pronto seremos familia! —exclamó, radiante.
Las dos mujeres comenzaron a charlar con alegría, imaginando un futuro que Isabella jamás había aceptado. Ninguna pareció notar su silencio incómodo.
Finalmente, ella habló, con voz tranquila pero firme.
Adeline devolvió apresuradamente las cartas a su lugar y se secó las lágrimas. Luego avanzó para abrir la puerta del dormitorio. Afuera estaba el abuelo Tom.—Abuelo… pensé que era otra persona. Pasa —dijo Adeline con calidez, tomándolo de la mano y guiándolo hacia dentro. El abuelo Tom asintió mientras Adeline lo ayudaba a sentarse en el borde de la cama.—¿Cómo te sientes, abuelo? ¿Te encuentras mejor ahora? —preguntó Adeline con preocupación.—Estoy bien, querida. Me siento bien. No hay nada de qué preocuparse —respondió el abuelo Tom con suavidad.—Ah, cierto, abuelo —dijo Adeline con algo de duda—. Quiero preguntarte algo. En el hospital, me dijiste que fue Jason quien te pidió que arreglaras nuestro matrimonio. ¿Eso es verdad?—Sí, querida. ¿Por qué lo preguntas? —respondió el abuelo Tom mientras se quitaba las gafas y luego se las volvía a poner.—Entonces… ¿no me mentías? —preguntó Adeline con cuidado.—¿Por qué iba el abuelo a mentirte? —dijo el abuelo Tom entre risas—. En ef
En el dormitorioAdeline estaba sentada en la cama, todavía jugueteando con la caja de música. Después de un rato, el aburrimiento comenzó a invadirla. La cerró y la devolvió con cuidado a su lugar. Su mirada volvió a recorrer la habitación de Jason, observando los distintos objetos que había allí, hasta que sus ojos se detuvieron en el buzón de cartas de Jason. Movida por la curiosidad, se acercó.—Tengo mucha curiosidad por saber qué hay dentro del buzón de cartas de Jason… Si las leo, ¿se enfadará conmigo? —murmuró Adeline, con un leve matiz de temor en la voz.En ese momento, Jason entró de repente en la habitación, sobresaltándola.—Adeline… ¿qué estás haciendo? —preguntó Jason, entrecerrando ligeramente los ojos.—Eh… nada —respondió Adeline con rapidez, intentando sonar natural—. Solo estaba buscando un libro. ¿Dónde sueles guardar tus libros?—Mis libros no están ahí. Ven —dijo Jason, frunciendo apenas el ceño mientras la llevaba a otro lugar y le mostraba varios libros.—Jaso
Volvieron a subir al coche, y Jason condujo rumbo a la clínica para el chequeo médico de Adeline.Durante el trayecto, la mente de Adeline vagó sin rumbo. De pronto cerró los ojos, con una tristeza pesada oprimiéndole el pecho. Jason notó cómo su expresión se ensombrecía otra vez.—Jason —lo llamó Adeline en voz baja.—¿Sí? —respondió él, girándose hacia ella.—Si no me hubiera enfermado en aquel entonces… quizá nuestro hijo ya habría nacido —dijo Adeline, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas y una mirada dolorosamente suave.—Cariño —dijo
Jason sonrió levemente y terminó su trabajo con rapidez. Apartó el portátil y la rodeó con sus brazos.—¿Qué pasa ahora? —preguntó con suavidad.Adeline enterró el rostro contra su pecho, disfrutando de su calor.—Jason… lo siento —susurró.—¿Sentirlo por qué? —preguntó él, confundido.—Lo siento porque no he podido darte la verdadera felicidad —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas.—¿De qué estás hablando? —respondió Jason en voz baja—. Ya me has dado muchísima felicidad.
Después de pagar sus compras, Adeline caminó hacia la cafetería cercana al supermercado, con los brazos cargados de varias bolsas.Pidió un chocolate caliente. No pasó mucho tiempo antes de que el barista regresara, dejando la taza humeante frente a ella, junto con unas galletas.Adeline se quedó mirando al frente, ausente, mientras las palabras de Selena se repetían una y otra vez en su mente. El miedo comenzó a apretarle el pecho. Cerró los ojos, y su cuerpo tembló levemente.Metió la mano en su bolso, buscando algo… y se quedó congelada.—Dios mío… olvidé mi teléfono —murmuró en voz baja.
Andrew y Odette iban en el coche, con Andrew conduciendo mientras primero la llevaba a casa. Mantuvo una velocidad constante mientras conversaban.—Andrew… ¿sabes lo feliz que me hace ver que Adeline y Jason se hayan reconciliado? —dijo Odette, sonriendo aliviada.—Sí. Yo también estoy feliz. Espero que los dos sigan juntos para siempre —respondió Andrew.—¡Exacto! No dejaré que esa mujer pegajosa y descarada vuelva a meterse en su relación nunca más. No permitiré que nadie arruine lo de Adeline y Jason —bufó Odette, molesta.—¿Te refieres a Celine? Jaja —bromeó Andrew, riéndose.Odette asinti&o





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