Esposo Por Error

Esposo Por ErrorES

Romance
Última actualización: 2025-10-18
Black Knight  En proceso
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Resumen
Índice

En el día de su boda, Isabella Hernando se miró al espejo y se preguntó: ¿cómo podría casarse con alguien que apenas recordaba? Miguel Martez, el hombre con el que estaba prometida, no era más que un amigo de la infancia que había desaparecido hacía mucho tiempo. Pero justo antes de que comenzara la ceremonia, Miguel se esfumó sin dejar rastro. Para salvar la reputación de la familia, Maximilian Martez, su hermano mayor, se vio obligado a ocupar su lugar en el altar — sin que nadie lo supiera, ni siquiera la propia novia. Pero cuando Isabella finalmente se encontró frente al hombre, quedó impactada. Ese rostro, esos ojos… esa voz…

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Capítulo 1

1

—Fíjate por dónde caminas la próxima vez.

La voz era profunda, fría y autoritaria.

Isabella alzó la vista con el ceño fruncido, justo a tiempo para ver la espalda de un hombre alto, vestido con un elegante traje negro, que se alejaba sin siquiera mirarla.

—¿Perdón? ¡Deberías ser tú quien mire por dónde va! —le gritó, pero él ya se había perdido entre la multitud.

Soltó un largo suspiro.

—Genial. Perfecto. ¿Puede este día ir peor? —murmuró entre dientes.

Se agachó a recoger los documentos esparcidos por el suelo del vestíbulo.

—Me pasé toda la noche organizando estos archivos para la presentación de hoy, y ahora pasa esto… —refunfuñó, sacudiendo el polvo de una carpeta.

Increíble. Él choca conmigo, y la culpable soy yo.

Cuando tuvo todo en orden, Isabella se apresuró a entrar, registró su llegada y subió casi corriendo las escaleras hacia la sala de reuniones del segundo piso.

En cuanto abrió la puerta, el corazón se le detuvo. Todos estaban ya sentados: su jefe, el señor Luiz, y varios clientes importantes.

—Buenos días. Lamento mucho llegar un poco tarde —dijo con una sonrisa educada, inclinándose apenas para disimular el pánico.

—¿Por qué no vienes mejor al mediodía, ya que estás?

Otra vez esa voz fría. Isabella se quedó paralizada.

Giró hacia quien había hablado… y la sangre se le heló.

No. No podía ser. Era él.

El hombre del vestíbulo.

Dios mío. No me digas que es nuestro cliente.

El color desapareció de su rostro. Se mordió el labio inferior sin darse cuenta.

—Isabella, ¿por qué sigues ahí parada? Siéntate, que la reunión está por empezar —le recordó el señor Luiz.

—Él es el señor Maximilian Martez, nuestro cliente. Ha confiado en nuestra firma para diseñar la portada de su nueva línea de productos.

Maximilian Martez. Así que ese era su nombre.

Isabella forzó una sonrisa cortés y se sentó rápidamente. Por dentro, rezaba para que no la reconociera. Pero, claramente, la suerte no estaba de su lado.

—¿Siempre te comportas así? —la voz gélida de Maximilian cortó el aire.

—¿Disculpe? —balbuceó ella.

—¿A qué hora saliste de casa esta mañana?

—A las siete y veinte, señor.

Él arqueó una ceja.

—¿Así que te diste diez minutos para llegar? Si trabajases para mí, ya te habría despedido.

Isabella tragó saliva.

Tienes que estar bromeando. ¡Llegué tarde por tu culpa!

—Lo siento, señor. Hubo un pequeño… accidente abajo.

—¿Ah, sí? ¿Ahora son excusas? —replicó él con tono impasible—. Si todos pensaran así, el mundo dejaría de funcionar.

Lengua afilada, traje impecable. Qué combinación tan encantadora, maldijo Isabella para sus adentros, bajando la cabeza aún más.

El señor Luiz intervino de inmediato.

—Señor Martez, le ofrecemos disculpas por la demora. ¿Podemos continuar con la presentación?

Maximilian guardó silencio unos segundos antes de responder con frialdad:

—Adelante. Por respeto a usted, les daré veinte minutos.

—Gracias, señor Martez.

Isabella inhaló hondo.

¿Veinte minutos? Bien. Vas a ver cómo te impresiono.

Encendió el proyector y comenzó su presentación. Su voz tembló al principio, pero pronto recuperó firmeza. Explicó cada uno de los siete conceptos de diseño con seguridad.

Cuando terminó, la sala quedó en silencio.

El señor Luiz fue el primero en aplaudir suavemente.

—Excelente trabajo, Isabella.

Los demás asintieron en aprobación, salvo Maximilian, que se recostó en su silla, inescrutable.

—Impresionante —murmuró—. Ideas inteligentes… pero disciplina deficiente.

Isabella mantuvo la sonrisa forzada.

Hombre perfecto, personalidad insoportable.

Esa noche, tras horas extra de trabajo, se estiró y suspiró.

—Por fin terminé…

Recogió sus cosas rápidamente, esperando alcanzar el último autobús a casa.

Su teléfono vibró.

Samantha:

Oye, pasé por tu casa para devolverte el libro, ¿aún no llegas?

Isabella:

¡Podrías haberme avisado! Ya voy de camino.

Samantha:

Tuve que huir antes de que mamá intente emparejarme otra vez. Tu libro está sobre tu escritorio. ¡Quedamos este fin de semana!

Isabella sonrió con ternura. La madre de Samantha hablaba de matrimonio últimamente… demasiado. El problema era que ella ni siquiera tenía novio.

Desde la muerte de su padre, cuatro años atrás, había sido ella quien se encargaba de mantener a su madre enferma.

Diez minutos después, llegó a casa.

—Ya estoy aquí…

La verja no estaba cerrada. Qué raro.

Al entrar, encontró a su madre conversando con una visitante: la señora Martez.

—Ah, ya llegaste —la saludó su madre con calidez.

—Sí, mamá. —Isabella dejó el bolso y sonrió—. Tía Martez, cuánto tiempo. ¿Cómo ha estado?

La mujer mayor soltó una suave risita.

—Bien, querida. Solo he estado algo ocupada. Mi hijo menor acaba de volver del extranjero. Se quedará definitivamente aquí.

—¿Miguel ha vuelto? —Isabella sonrió—. Qué buena noticia. Ya no se sentirá tan sola.

Rieron un rato, hasta que la expresión de la señora Martez se volvió más seria.

—Isabella —empezó con voz suave—, no he venido solo a charlar. Hay algo importante de lo que quiero hablarte.

Isabella la miró, intrigada. La mujer dudó, miró a su madre y luego volvió a mirarla a ella.

—Querida, tu madre y yo llevamos tiempo hablando de esto. Nos… nos encantaría verte casada con Miguel.

La palabra casada resonó en la mente de Isabella.

El corazón le dio un vuelco. Miró a las dos mujeres que más quería, esperando que alguna soltara una carcajada y dijera que era una broma. Pero no: solo encontró miradas expectantes y sonrisas tiernas.

—¿Casada? —susurró.

Ambas asintieron al unísono.

—Pero, tía… ¿no tiene ya alguien en su vida? —preguntó con cautela.

La señora Martez negó con una sonrisa cariñosa.

—Aún no. Miguel y su hermano viven entregados al trabajo. Solo quiero ver a uno de ellos asentarse y ser feliz. Tú y Miguel solían ser tan cercanos… No será difícil que vuelvan a conectar.

Solían… hace diez años.

Isabella casi se echó a reír, si no doliera tanto.

—Tía… —empezó a decir, pero antes de que pudiera continuar, la señora Martez tomó las manos de su madre con entusiasmo.

—¡Ay, Adeline, pronto seremos familia! —exclamó, radiante.

Las dos mujeres comenzaron a charlar con alegría, imaginando un futuro que Isabella jamás había aceptado. Ninguna pareció notar su silencio incómodo.

Finalmente, ella habló, con voz tranquila pero firme.

—Tía… mamá, por favor, dejen de hablar y escúchenme.

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