3

La señora Hernando intentó hablar, pero su voz salió débil y temblorosa.

—E–Estoy bien, cariño… sólo un poco mareada…

Antes de poder terminar, un fuerte ataque de tos la sacudió.

—¡Sam, llama a una ambulancia! —gritó Isabella.

Las manos de Samantha temblaban mientras buscaba su teléfono y marcaba a emergencias. El corazón de Isabella latía con fuerza mientras sostenía a su madre, intentando regular su respiración. Las lágrimas le ardían en los ojos.

Momentos después, el sonido de las sirenas rasgó la tranquila tarde. Los paramédicos entraron a toda prisa y levantaron a la señora Hernando en una camilla. Isabella no soltó su mano hasta el último instante, antes de seguir la camilla hasta la ambulancia.

En el hospital, el tiempo se volvió borroso. Isabella estaba sentada fuera de la sala de urgencias, aún con el chándal húmedo, las manos entrelazadas con fuerza. Samantha permanecía a su lado, en silencio pero firme.

Tras lo que pareció una eternidad, el médico salió con expresión grave.

—¿Es usted su hija?

—Sí —respondió Isabella enseguida, poniéndose de pie—. ¿Cómo está mi madre?

—Por ahora está estable —dijo él, quitándose las gafas—, pero su problema cardíaco ha empeorado. Ha estado sometida a mucho estrés. Cualquier sobresalto emocional podría ser peligroso. Tendremos que vigilarla de cerca durante los próximos días.

Las palabras golpearon a Isabella como un balde de agua helada. Sabía que su madre no estaba bien, pero no imaginaba que fuera tan grave.

Samantha le apretó la mano.

—Tu madre va a estar bien, Bella. Es fuerte.

Isabella asintió apenas, aunque la culpa le oprimía el pecho.

¿Y si esto fue por mi culpa? ¿Por haberla alterado antes?

Esa misma tarde, la señora Martez llegó con una canasta de frutas y el rostro lleno de preocupación. Isabella estaba sentada junto a la cama de su madre, observando el lento y constante subir y bajar de su pecho.

—Querida —dijo suavemente la señora Martez, posando una mano sobre su hombro—. Vine en cuanto me enteré.

—Gracias, tía Martez —murmuró Isabella con voz ronca y los ojos enrojecidos.

De la cama se oyó un débil susurro.

—Bella…

Isabella giró la cabeza de inmediato.

—¿Mamá? —Se inclinó hacia ella, tomando su mano—. Estoy aquí.

—Adeline —la saludó cálidamente la señora Martez—. ¿Cómo te sientes?

La señora Hernando volvió la cabeza y sonrió con debilidad.

—Mejor ahora. Gracias por venir, Anna.

—Me preocupé mucho cuando supe lo que pasó —respondió la otra, dejando la canasta sobre la mesita—. Necesitas descansar un tiempo.

La expresión de la señora Hernando se volvió pensativa. Tras una breve pausa, tomó la mano de su hija.

—Bella —susurró—, hay algo de lo que quiero hablar contigo.

El ceño de Isabella se frunció.

—¿Qué pasa, mamá?

Los dedos frágiles de su madre se cerraron con suavidad sobre los suyos.

—Bella, yo… quiero que consideres casarte pronto. Me da miedo que, si algún día ya no estoy…

—Mamá, por favor —la interrumpió Isabella, con la voz quebrada—. No digas eso.

La señora Hernando sonrió débilmente y le secó una lágrima. Lentamente se incorporó y tomó el rostro de su hija entre las manos temblorosas.

—Cariño, nadie sabe cuánto tiempo tenemos en este mundo. Sólo me preocupa que, si yo ya no estoy y tú sigues sola, ¿quién te protegerá? ¿Quién cuidará de ti?

Las palabras le atravesaron el alma a Isabella. Se inclinó y abrazó a su madre con fuerza, llorando sin contenerse.

—Estaré bien, mamá… te lo prometo. Por favor, no hables así.

La señora Hernando le acarició el cabello con ternura.

—Sé que no te gusta la idea de un matrimonio arreglado, Bella, pero si algo me sucediera, descansaría más tranquila sabiendo que no estás sola. Miguel es un buen hombre, de una familia decente. Me daría paz verte establecida… feliz… y cuidada.

—Mamá… —susurró Isabella, entre el dolor y la incredulidad.

Su madre le apretó la mano con suavidad.

—No te estoy obligando, cielo. Sólo piénsalo. Considéralo un deseo mío; no una obligación, sino algo que nace del corazón de una madre.

Durante un largo momento, el único sonido en la habitación fue el pitido constante del monitor cardíaco. Isabella bajó la mirada, dejando que las palabras resonaran en su mente.
Considéralo mi deseo.

—Bella, ¿no sientes compasión por tu madre? —añadió la señora Martez con delicadeza—. Sólo quiere verte casada antes de que sea demasiado tarde para asistir a tu boda.

Isabella se mordió el labio, con un nudo en la garganta.

Como dijo Sam… tal vez debería aceptar. No tengo novio, y si esto hace feliz a mamá… ¿qué daño podría causar?

—¿Miguel sabe algo de esto? —preguntó por fin.

—No te preocupes —respondió la señora Martez con una sonrisa tranquilizadora—. Hablaré con él.

Isabella suspiró lentamente.

—Está bien, tía. Pero por favor, habla con Miguel primero. No quiero que algo tan importante se decida sin su opinión.

Luego se volvió hacia su madre, forzando una leve sonrisa.

—Si esto te hace feliz, mamá… lo intentaré.

Los ojos de su madre se iluminaron con alivio. La señora Martez también sonrió, y la tensión en la habitación se disipó poco a poco.

Las tres compartieron una breve risa, frágil pero sincera. Por primera vez en todo el día, el aire se sintió más ligero.

Cuando la visita terminó, Isabella acompañó a la señora Martez hasta el vestíbulo del hospital y esperó hasta que el coche desapareció a la vuelta de la esquina.

Diez años… apenas recuerdo cómo es el rostro de Miguel. Pero si esto hace feliz a mamá… tal vez eso sea suficiente.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP